Historia FIV

Claramente, ¡MADRES!

Como cada día de la madre, me gusta escribir y contar una historia que transmita un mensaje y nos haga reflexionar. No escribo todo lo que me gustaría, porque compaginar y conciliar vida profesional y vida personal es complicado con el ritmo de vida que llevamos. Y es que la maternidad es maravillosa, e igualmente dura y agotadora.

Hoy se regalan flores, bombones, perfumes, alguna joya, salimos a comer toda la familia, o vamos a ver a nuestras madres a sus casas para estar un ratito con ellas y festejar el momento. Sin embargo, para muchas mujeres, este día puede resultar amargo porque, puede que deseen con todas sus fuerzas ser madres y aún no lo han conseguido, puede que no lo consigan nunca, o puede que hayan decidido con mucho pesar dejar de luchar para conseguirlo. Puede ser también que ya hayas perdido a tu madre (como es mi caso), y este día sea agridulce, porque la echas de menos y la nostalgia te invade por dentro, por lo que mandamos las felicidades al cielo y nos refugiamos en los recuerdos. Y desgraciadamente para otras mujeres que ya han sido madres, este día puede ser demoledor por el dolor tan intenso que sienten porque han perdido a sus hij@s en el vientre, o después de ya nacidos. Nadie felicita a una madre que desea serlo pero no lo ha conseguido, ni a una madre que ha perdido a su hij@. No existe nombre, ni etiqueta cuando pierdes un@ hij@. Si pierdes a tu marido, eres viuda, si pierdes a tus padres, eres huérfan@. Tampoco existe palabra para cuando deseas ser madre y estás en proceso de conseguirlo. Lo que si existe tanto para cuando deseas ser madre y ese bebé no llega, como para cuando has perdido un@ hij@ es DOLOR, TRISTEZA, SOLEDAD, Y VACÍO. Son madres en la sombra, casi invisibles para el resto.

Luego estamos las afortunadas que ya ejercemos la maternidad a tiempo completo,  algunas intentamos ser madres conscientes, que esta de moda ahora serlo, pero bien difícil que es. Realmente me siento muy afortunada porque después de mucha lucha, yo tuve suerte, y soy mamá de Martín (mi principito de ya 3 años).

Me gusta celebrar el día de la madre, por la madre que tuve (a la que estaré eternamente agradecida), y la que estoy siendo yo e intento ser, una madre imperfecta, que aprende y que trata de mejorar a diario. Lo celebro, con el respeto que se merecen todas esas madres en la sombra, porque somos madres desde que se siente el deseo de serlo, y seguimos siendo madres cuando la desdicha y la fatalidad ha hecho que pierdas a tu hij@.

Yo soy madre gracias a Reproducción Asistida, no lo escondo, sino que trato de normalizarlo, naturalizarlo y educar en la medida de lo posible con información correcta sobre los problemas de fertilidad, para contrarrestar la ignorancia e impudencia de muchas personas que desconocen todo lo que supone querer ser madre/padre y no poder conseguirlo de manera natural. Yo lo cuento con total naturalidad. Porque solo las mujeres/parejas que tenemos problemas de infertilidad, entendemos lo que se vive, lo que se sufre, y lo que se necesita. Nuestro camino es difícil, y sentimos miedo, dolor, tristeza, incertidumbre, incomprensión… un sinfín de sentimientos. Así que, mejor no juzgar, y más escuchar, empatizar y apoyar.

Tres historias de FIV

Hoy quiero contar la historia de Clara que para mi tiene un significado especial, por lo anecdótico y casual que fue conocer esta bonita historia un día cualquiera en el parque con Martin, y por el cariño que les tengo ya a esta familia.

Un día hablando con los padres de Blanca, una de las amigas de Martín, Antonio (su padre) me dice, yo soy como Martin un “niño probeta” (niño concebido y fruto de las técnicas de Reproducción Asistida), y me contó por encima su historia y la de su madre. Me resultó curioso que hubiéramos coincidido, y tener delante de mí, dos “niños probeta” con más de 30 años de diferencia. Así que quise conocer con todo detalle la historia de Clara, porque con lo difícil que fue para mí vivir todo el proceso de Reproducción Asistida, pasar por tantas pruebas, tratamientos y negativos… hace 30 años tuvo que ser horrible vivirlo. Imagino todas las posibles dificultades sin los avances que la medicina y la ciencia han conseguido hoy día en el campo de la Reproducción Asistida.

No obstante, los problemas de infertilidad han existido toda la vida y seguirán existiendo, pero siguen siendo un tema tabú, del que no se habla, que da vergüenza, que se esconde, y hace 30 años con más ahínco se ocultaba, y precisamente los tratamientos y técnicas de Reproducción Asistida en España, y en Andalucía, eran desconocidos e inaccesibles para muchas parejas que llevaban años tratando de ser padres sin conseguirlo, directamente tenías que ponerte en manos De Dios para que obrara el milagro de la vida.

Clara es de Córdoba, y la tercera de 5 herman@s de una familia tradicional, “de las de antes”. Su padre era carpintero y su madre ama de casa. Tuvo una infancia feliz rodeada de sus hermanos y con una madre entregada a ell@s. A los 17 años sintió un dolor muy fuerte en el vientre y fueron volando al hospital. Se le había reventado un quiste en ovario derecho y tuvo una hemorragia interna. Estuvo muy grave, “casi no lo cuento” dice. Le quitaron ovario, trompa y el apéndice. Tras este suceso, se recuperó y volvió a hacer su vida normal. Corrían los 80, y como a ella le encantaba dibujar, su hermana la llevó a un instituto para ello, y fue allí donde conoció a su marido, tenía entonces 18 años. Aunque de primeras no fue un flechazo, terminaron enamorándose. Tras cuatro años de noviazgo, se casaron y se trasladaron a Tenerife por trabajo. Como pareja tuvieron ”claro, clarísimo”, que querían ser padres, pero pasaba un mes, un año, y nada, ese bebé tan deseado no venía.

Al año de búsqueda decidieron ir al médico, y en un principio le dijeron los médicos de la Seguridad Social, que no se quedaba embarazada porque tenía demasiada ansiedad y tenía que relajarse (frase típica que escuchamos las pacientes de Reproducción Asistida y que no ayuda nada). Tras hacerse las pruebas, comprobaron que tenía un “defecto genético” lo llamaron, la matriz en retro, además de no tener el ovario ni trompa derecho, por lo que prácticamente era imposible que se quedara embarazada de forma natural. A pesar de lo duro de la noticia, estuvieron 9 años intentando ser padres y buscando alternativas para arreglar su problema, y lograr por arte divina o utilizando remedios caseros quedarse embarazados. Pese a que no perdió la esperanza, Clara se sentía frustrada, desilusionada, e intentaba asimilar como podía que no sería mamá como ella quería, que es sentirlo dentro, amamantarlo, etc.

Una tarde en la oficina de su marido escuchó en la radio sobre “las nuevas técnicas para ser mamá”. Estaba sola, y sin pensarlo mucho, llamó a la clínica para informarse. Acto seguido le comunicó a su marido que tenían cita para la clínica del Dr. García Otero en Sevilla. Fue de las primeras clínicas privadas que utilizó las técnicas de reproducción asistida, ya que en la Seguridad Social aún no se utilizaban.

El coste económico del proceso de FIV (Fecundación in vitro) a la que debía someterse si quería tener la posibilidad de ser madre, era alto. En aquellos tiempos, fueron dos millones de pesetas, cantidad elevada, y un gasto considerable, que no se aleja mucho del coste actual de estos tratamientos. Era muy caro y les suponía realizar muchos sacrificios como familia humilde y trabajadora, pero decidieron no perder la oportunidad que les estaban brindando para conseguir su sueño de ser padres.

A pesar del asombro y del desconocimiento sobre la eficiencia de las técnicas de Reproducción Asistida, Clara recibió mucho apoyo, sobre todo de su marido, de su madre y hermanos, y de casi toda su familia. Sin embargo, se sentía incomprendida por parte de la familia de su marido, porque lo veían como un absurdo, y un gasto innecesario ya que “esas técnicas no se habían probado bien todavía”.

Según Clara, el trato recibido por el personal médico de la clínica fue bueno, la iban informando de todo. De hecho, antes de comenzar con el proceso, recibió ayuda psicológica. Comenta, que el psicólogo que la vio, le dio el empuje que necesitaba parar creer en la oportunidad que tenía para ser madre. Aún recuerda la frase que le dijo: “tu fuerza no está en tu vientre, sino en tu mente, y si tu piensas que te vas a quedar embarazada, y sólo piensas eso, te quedarás seguro”. Clara se aferró a ese mantra, porque a nivel económico solo podían costearse el tratamiento una sola vez, “tenía solo una oportunidad, y esa oportunidad la quería para mi”.

Inició el proceso ilusionada y también con miedo. Pasó por la estimulación de sólo un ovario, y aunque la sedaron para la punción, la extracción fue dolorosa. Consiguieron 6 embriones, y le hicieron transferencia de 3 de ellos, “dijeron ves el monitor? Pues ahora tienes tres futuros bebés. Me fui de allí convencida de que estaba embarazada”. A los 15 días de la transferencia comenzó a sangrar, y mandó analítica de sangre a la clínica de Sevilla, ya que no quería volver a ponerse en carretera, “tenía miedo de moverme”. Le confirmaron que estaba embarazada y que tenía que hacer reposo durante otros 15 días. Y así estuvo, 15 días con sus 15 noches sin levantarse de la cama, para ni tan siquiera ir al baño. Esas dos semanas fueron muy difíciles, dolorosas y angustiosas para ella, porque sabía que alguno de esos embriones se había perdido, y sentía “mucho miedo por andar, moverme, casi por respirar…, creía que los podía perder del todo, pero ahí estaba el consuelo de mi super mami para todo”, y finalmente Clara seguía embarazada.

Su embarazo fue bueno, pero lo vivió aterrada, angustiada y muy nerviosa siempre, pensando que lo podía perder, sin disfrutar apenas de estar embarazada. Y Antonio nació un 16 de junio de 1992, tras 8 meses de gestación, por cesárea programada ya que su médico de toda la vida, al que no le gustó mucho la idea del tratamiento de Reproducción Asistida, no se quería arriesgar al parto. Clara, no pudo sentir el piel con piel de ahora, y cogió en brazos a su hijo por primera vez al otro día de nacido. Ese instante lo recuerda como “ver un ángel, lo más lindo del mundo”.

Clara y Antonio

Clara fue madre con 31 años, después de haber recorrido un largo camino, en el que hubiera necesitado más apoyo psicológico, más ayudas económicas y haber podido realizar el tratamiento en su ciudad, Córdoba. Tuvo suerte porque recibió mucho apoyo de su marido y familia, pese a la indiferencia inicial que mostraron su suegra y cuñadas, las que se arrepintieron cuando vieron a Antonio nacido y sin ningún problema. Y también fue muy fuerte y valiente, o como dice ella: “yo era muy pasota y pasaba del mundo, y de los comentarios discriminatorios”. “No me arrepiento de nada, porque el resultado está visible. Antonio ha sido un hijo bueno, un sueño para una madre, obediente, estudioso, muy cariñoso con nosotros y toda su familia, un orgullo de madre vamos”. Ha sido hijo único, al que contaron todo cuando empezó a preguntar y lo entendió como un adulto.

Decidió ser mamá a tiempo completo, y disfrutar de criar y ver crecer a su hijo. Económicamente no pudieron hacer frente a un nuevo tratamiento para una segunda transferencia con los embriones que tenían congelados. “Ahora teníamos a Antonio, y no podíamos jugarnos su futuro. Decidimos donar nuestros embriones para que alguna mamá que no pudiese tener, tuviera la oportunidad, y si hicimos felices a alguien más… OLÉ la ciencia”.

Antonio ha sabido desde siempre que fue un “niño probeta”, y lo ha vivido con total naturalidad. Su infancia ha sido muy feliz, y considera que tiene unos padres fantásticos, y que ahora que son abuelos son mejores todavía. Le hace muy feliz ver la relación que tienen con su hija. Él no ha tenido ningún problema de fertilidad para concebir de forma natural a Blanca, pero hubieran recurrido a la ciencia si hubiesen tenido dificultades.

Para Clara, los momentos más felices vividos en su vida hasta ahora son tres y van unidos, conocer a su hijo, a su nieta y a su marido. Ser abuela ha sido un sueño maravilloso, disfruta a diario de su nieta, porque quiere que la recuerde como “la abuela que está ahí, con la que puede contar, y sobre la que se puede apoyar, ser su Abu, amiga y todo lo que necesite, y siempre con mi gran amor conmigo, Kayu” (así es como Blanca rebautizó a su abuelo, y así lo llama ella y todos).

Solo me queda agradecer a Clara y a Antonio permitirme haber contado su historia, la de una madre que consiguió su sueño gracias a las técnicas de reproducción asistida hace más de 30 años, y la de un “niño probeta” que ha sido feliz y muy querido. Su historia es parecida a la mía, y a la de otras madres guerreras de “niñ@s probeta” que conseguimos finalmente nuestro sueño, ser mamás.

Feliz día de la Madre! Felicidades al cielo mamá! Felicidades a todas las madres! Felicidades también a las madres que están en la sombra!

¡Ojalá pronto! ¡¡Ojalá TODAS!!

¡Gracias madre por darme la vida! ¡Gracias vida por permitirme ser madre!

Madres de Luces y Sombras

Madres de Luces y sombras

Primer domingo de mayo, día de la madre. Este año lo celebro con un sabor agridulce, es el primero que paso sin la mía, y su ausencia aún duele demasiado. Cuánto significa una madre en la vida de una persona, mucho, bastante. Cuánto se echa de menos a una madre cuando nos falta. Cuantas veces nos quejamos de nuestras madres cuando somos jóvenes, por “pesadas”, “protectoras”, “controladoras”…, y es que la relación y el vínculo que hayamos creado con nuestra madre deja huella y nos acompaña durante toda la vida. Nuestro desarrollo personal depende en gran medida de esa relación, de sentir su aprobación, su respeto, su amor incondicional, su apoyo. Lo natural es que la unión entre madre e hij@ esté basada en la confianza y el amor, aunque eso depende de muchos más aspectos. La realidad, es que a veces eso no se manifiesta tal que así, y hay relaciones muy conflictivas y dañinas entre madres e hij@s, llenas de sombras y pocas luces.

La intención de una madre es siempre la de dar lo mejor a su hij@ según su punto de vista, la de cuidar y proteger, aunque a veces se equivoquen sin saberlo en las formas y/o fondo. L@s hij@s no están para cumplir nuestras expectativas, ni nuestros sueños, ni obedecer sin más nuestras directrices. Nuestra labor esencialmente es ayudar a que se conviertan en personas, que aprendan a caerse y levantarse, que expresen y validen lo que sienten, que toleren la frustración, que respeten a los demás, que se quieran bonito, que luchen por sus propios sueños, que disfruten y en definitiva, sean felices… desde el amor, la coherencia, la calma, el respeto y la libertad.

Madres perfectas no existen, porque educar, cuidar, criar, proteger, respetar y amar a tu  hij@, requiere mucha responsabilidad, y un ejercicio de consciencia brutal las 24 horas de cada día. Y eso también agota, somos humanas y necesitamos poder desahogarnos, tener tiempo para nosotras, liberar nuestros miedos, realizar nuestras metas.. aportar luz a las sombras de la maternidad.

De niña pasaba muchas horas jugando a las mamás, me imaginaba de mayor teniendo varios bebés. Fui creciendo, estudié, y poco a poco construí mi carrera profesional. A nivel personal iba experimentando y aprendiendo de cada palo recibido, con la idea de ser mamá siempre en mente. Lo tenia claro, sería madre tanto si encontraba la pareja adecuada como si estaba soltera, era consciente de mi instinto maternal. Afortunadamente encontré a mi compañero de vida, para juntos ser padres y crear una bonita familia.

Con toda la ilusión, buscas un bebé que no llega. Aquí empieza la desesperanza, la lucha por cumplir el sueño de ser madre, con la sombra del miedo pegada a la espalda de no llegar a conseguirlo. Comienzas a recorrer el duro camino de la infertilidad. Plantar cara a las dificultades y problemas de esta enfermedad, conlleva mucho desgaste físico, psicológico, social y personal. Después de muchas batallas perdidas y sufridas, la lucha, el esfuerzo, el sacrificio, valió la pena, y soy madre de un niño precioso de dos años, mi principito, Martín, todo un guerrero. Y esta pequeña historia con final feliz, seguro que se asemeja a la de otras madres. Algunas puede que hayan pasado también por los obstáculos de la infertilidad, mientras que para otras habrá sido un camino mucho más fácil. La cuestión es que somos madres y tenemos a nuestr@s hij@s con nosotras.

Sin embargo, ¿cuando nos convertimos realmente en madres? ¿Al quedarte embarazada? ¿Al parir? ¿Al criar?…

Creo que te conviertes en madre cuando deseas serlo, cuando decides y encaminas tus pasos para conseguirlo. Desde ese preciso momento, eres madre. Cuando das a luz a tu bebé, ejerces la maternidad a tiempo completo cada día de tu vida. En mi caso, soy madre desde hace muchos años, y ejerzo de madre desde que mi niño salió de mi cuerpo.

Hay muchas madres que aún no tienen a su hij@ soñad@ en brazos, madres de largas esperas, madres que nunca lo tendrán porque perdieron muchas batallas y finalmente la guerra, madres que perdieron a su bebé llevándolo en su vientre, madres que han perdido a sus hij@s después… hay tantas madres en la sombra, invisibles para la mayoría. Madres que luchan y se ocultan en silencio, madres que se preguntan a diario ¿por qué yo no?, madres que sienten mucho miedo a que su sueño no se haga realidad, madres que no quieren hacerse ilusiones porque han visto demasiados negativos, madres que sufren el terrible “no hay latido “.

Madres rotas por perder tantas veces. Por eso, no van a las fiestas de cumpleaños de los niñ@s de sus amig@s porque duele ver el sueño cumplido en otr@s, duele lo fácil que es para algun@s y lo duro y difícil que es para ellas. Madres que huyen de escaparates de ropa de bebé, madres que ya no saben cómo disimular y poner buena cara al “¿y tu cuando te vas a animar a tener niñ@s?”. Madres que lloran, madres que se sienten vacías. Madres que se culpan, madres que se lastiman, madres que entran en el abismo. Madres que se olvidan de vivir buscando la manera de ahorrar para tratamientos. Madres incomprendidas. Madres que se sienten solas. Madres que terminan en solitario la lucha que empezaron acompañadas.

Madres que buscan constantemente información, métodos, técnicas, médicos, clínicas, alternativas… lo que sea que pueda ayudar a quedarse embarazadas. Madres que por más que insisten nadie les da una respuesta a su infertilidad de origen desconocida. Madres que se someten a tratamientos muy duros y cirugías complicadas. Madres que investigan y leen las historias de otras mujeres que consiguieron ser madres, y así se llenan de esperanzas. Madres agotadas de esperar el milagro de la vida. Madres que a pesar de todo siguen soñando.

Todas ellas, también son madres, madres en la sombra, a las que no se les felicita, y para las que este día es doloroso.

Yo soy una madre de luces y sombras. De luces porque a pesar de la oscuridad y lo difícil del camino recorrido, siempre tuve esperanza y creía que lo conseguiría. Desde que supe que estaba embarazada, empecé a llenar de luz las sombras que me habitaban por dentro. Con cada día superado, con cada ecografía en la que escuchaba el latido y veía moverse a mi bebé, con cada patada que sentía en mi vientre, fui mitigando la sombra de los miedos, del dolor, de la tristeza, de la rabia, de la frustración, de la impotencia… de todo el sufrimiento vivido.

Ahora es mi hijo quien me arroja mucha luz y desvanece muchas de mis sombras. Con cada una de sus sonrisas, de sus descubrimientos, de sus travesuras. Verle crecer, aprender y conocer el mundo, formar su personalidad, compartir y jugar con el, son momentos maravillosos. Cuanto amor sale a borbotones de mi ser para disfrutar con el, cuidarle y protegerle. Como llenan sus abrazos, sus besos y oír sus “mamá “.

Hoy quiero abrazar a todas vosotras, madres en la luz y madres en la sombra. Somos madres y mujeres extraordinarias.

Felicidades a ti mamá, donde quiera que estés. Gracias mamá, por haber sido una buena madre, por darme libertad, por quererme tan bonito, por haberme enseñado tanto. Orgullosa de ti. Como me gustaría poder abrazarte de nuevo mamá, aunque sé que estás conmigo.

Gracias madre por darme la vida! Gracias vida por permitirme ser madre!

Felicidades a todas las madres de luces y sombras!

Nacer es llegar, morir es volver…

El cajón del apego

EL CAJÓN DEL APEGO

Quiero rescatar este post que originalmente escribí para La nueva ruta del empleo con el título “Cajones Olvidados” y que hoy modifico para profundizar en el apego que tenemos a cosas, personas, relaciones, patrones de pensamientos, e incluso al dolor y al miedo . Watler Riso dice “el apego es el mayor motivo de sufrimiento de la humanidad” y cuánta verdad encierra esa frase.

Todos queremos ser felices, pero no sabemos cómo serlo. Nos desconcierta no encontrar esa felicidad, de la que todos hablan que tienen, y que nos venden basada en tener cosas, no sólo de índole material, como una casa, un coche, o unas zapatillas de la marca X, sino también en tener pareja, hij@s, amig@s, un trabajo de prestigio, o ese “éxito” en la vida..., una felicidad que refuerza el apego y la dependencia emocional. Y vamos creciendo con la idea de poseer la felicidad, y no con la de vivir la felicidad desde el ser y estar. La verdadera felicidad reside en necesitar menos, en sentirte satisfech@ contigo mism@ y con las relaciones que mantienes con los demás, disfrutando de cada instante que vives, porque la felicidad no va de tener, sino de sentir y aceptar.

Ni siquiera nos damos cuenta de todos los apegos que acumulamos en nuestro propio cajón del apego, de los que dependemos para poder ser felices. Somos más adictos de lo que pensamos.

Por ejemplo, nada hay como una mudanza para percatarse de la cantidad de cosas que guardamos en cajones olvidados. Cosas que ni recuerdas que tenías, infinidad de objetos inservibles apilados y llenos de polvo, prendas de ropa amontonadas ocupando espacio…, guardadas por el apego que sentimos hacía ellas, por miedo a desprendernos de los recuerdos asociados a esas cosas, por miedo a que en algún otro momento nos haga falta (¿y si lo necesito más adelante y no lo tengo?, mejor lo guardo”). ¿Cuántas veces al año vacías armarios y cajones?

Pues también vamos llenando nuestro cajón del apego a personas, relaciones, expectativas, o pensamientos, precisamente porque pensamos que l@s necesitamos, por miedo a desprendernos de esa falsa seguridad que nos crean, por miedo a cambiar, a sentir, a salir de esa zona de confort en la que estamos acostumbrados a quejarnos y a evitar todo aquello que suponga un cambio sustancial en nuestra forma de vivir.

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Nos aferramos a objetos, personas, y también al sufrimiento. Creamos vínculos obsesivos y nudos de dependencia. Desvincularse y desatar esos nudos que nos aprisionan en una vida que no queremos pero que no sabemos qué hacer para cambiarla, es complicado. La razón es simple, el miedo a sufrir y a sentir, nos puede. Para soltar apegos hay que atravesar el dolor, y darnos permiso para sentirlo y soltarlo, porque no tiene otra forma de desaparecer que “doliendo”. Bloqueamos el dolor, hasta tal punto que dejamos que se instale dentro, y llegamos a convertir el sufrimiento útil en inútil. Nos asusta sufrir y evitamos liberarnos del miedo a tener miedo. ¿Cuántas veces expulsas de tu vida esas personas o relaciones hostiles y tóxicas? ¿Eres capaz de eliminar esos pensamientos negativos que te atormentan?

La realidad es, que no vaciamos ni saneamos nuestro cajón del apego. Soltar dependencias emocionales, significa aceptar lo que está pasando, renunciar al control, asimilar cambios, confiar en ti mism@, abrazar tus miedos, y actuar con libertad para darte la oportunidad de crecer y avanzar en la dirección que quieres seguir y vivir.

Asumir la impermanencia de la vida (concepto clave en el budismo), e interiorizar que lo único seguro es el cambio, nos ayudaría a desligarnos. Aprender a tomar conciencia de que nada ni nadie es permanente, que el apego nos resta felicidad, y aceptar lo que hay aquí y ahora para vivirlo, disfrutarlo o sufrirlo. Todo cambia, y todo pasa. La naturaleza nos da lecciones a diario sobre el desapego, la impermanencia, y el ciclo natural de la vida, y apenas nos paramos a apreciarlo. Observa con atención cada amanecer y atardecer, el fluir del río, cada cambio de estación, como cada hoja que se cae del árbol en otoño, vuelve a brotar en primavera.

En esta vida estamos de paso, y se nos olvida. No vivimos por y para siempre, pero hay quienes se pasan por la vida sin vivir, sin desarrollar la conciencia necesaria para sentir que la vida te está pasando ahora, no después.

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Y ¿cómo soltamos apegos y dependencias? Pues aquí te dejo algunos ejercicios prácticos:

Empieza por vaciar armarios y cajones. Prescinde de las cosas que acumulas sin usar, ordena, organiza, limpia y libera espacio, es saludable. La premisa básica es guardar solo aquello que vas a utilizar y disfrutar. Lo que no usas hace siglos, como la ropa que no te cabe, no lo guardes. Intenta hacer un par de limpiezas al año, clasificando las cosas que no usas desde hace más de un año, y las que usas con mayor frecuencia. Esta limpieza implica que puedes donar, regalar, vender, reciclar, ayudar a coleccionistas, o tirar a la basura, todo eso que ya no usas. Conserva cosas con sentido y coherencia, y recuerda que hay que desprenderse de lo viejo para que pueda entrar lo nuevo. Mantener los armarios ordenados y desahogados, con lo que usas y disfrutas, hace tu vida más cómoda, fluida, y libre. Lo práctico, es sencillo, y hace que aproveches el tiempo y gestiones tu energía eficazmente.

Pasa más tiempo a solas contigo mism@ y descubre quién eres, lo que te gusta y lo que no. El autoconocimiento resulta fundamental para comprender tus necesidades, tus prioridades y valorar lo que de verdad te importa. Fomenta tu autoestima para confiar en ti, quererte y cuidarte.

Vive y siente el presente. Practicar respiración profunda, mindfulness, y meditación, te ayudará a tomar conciencia de la realidad, utilizando tus sentidos en el aquí y ahora, y sobre todo te enseñará a encontrar la paz dentro de ti. Recuerda que todo cambia, y todo pasa.

Aprende a DECIR NO a lo que te hace daño. Cultiva tu capacidad para decidir lo que necesitas, quieres, lo que te conviene y lo que te mereces. A veces eso implica pasar menos tiempo con personas tóxicas y decir adiós a relaciones hostiles. Deja ir esos apegos.

Visualiza que sueltas ese dolor, ese miedo, esa relación de pareja tan hostil, esa creencia tan destructiva de ti mism@, etc. Para ello, necesitarás un objeto pequeño, un bolígrafo por ejemplo, para sostenerlo en tus manos y así imaginar que dicho objeto, son tus pensamientos, sentimientos o esa persona que tanto te hace daño. Apriétalo con fuerza en tu mano, hasta que no puedas aguantar el dolor de tanto apretar, y déjalo caer al suelo. Te darás cuenta que puedes soltarlo y que no necesitas aferrarte a ello. Puede ayudarte escribir una carta de despedida, arrojar piedras al mar con todas fuerzas, y hasta gritar en cada lanzamiento.

Date permiso para sentir el dolor, la perdida, el miedo, la tristeza, la frustración, los pensamientos negativos, y elige soltarlos fuera de ti. Afronta esas situaciones difíciles, que sin duda te van a doler, pero pasaran (impermanencia).

Focaliza tu atención en lo positivo y empieza a construirte con un lenguaje que te valide como persona. Valora y disfruta lo bueno que hay en tu vida.

Todo lo que nos pasa en la vida, malo o bueno, son experiencias, prueba a vivirlas con conciencia plena. Desvincularse de los apegos es sano, te da equilibrio y fomenta tu crecimiento personal. Vive y siente cada momento, que la vida te está pasando ahora.

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El mundo está lleno de sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el apego a las cosas. La felicidad consiste precisamente en dejar caer el apego a todo cuanto nos rodea (Buda Gautama)”.

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Perdóname tú, que yo no puedo.

Perdóname tú, que yo no puedo.

Tras unos meses de ausencia, ya estoy de vuelta. Echaba de menos eso de escribir y despertar emociones, de ofrecer un pellizco de realidad para reflexionar sobre lo que de verdad importa. Y el tema elegido para este post es muy trascendental en la vida, pedir perdón y perdonar. Actuaciones sanadoras sin duda, pero muy espinosas también.

Y es que al ser humano le resulta difícil eso de pedir perdón y perdonar, y más aún el perdonarse a sí mism@. Cuando consideramos que hemos hecho algo  mal o a alguien, solemos buscar el perdón del otr@  para intentar liberarnos de una carga que nos pesa y nos machaca el alma; la culpa. Y de ahí, el Perdóname tú, que yo no puedo.

La razón por la que es tan complicado pedir perdón, perdonarte y perdonar, es simple, son actos que no podemos desarrollar de forma inmediata porque necesitamos tiempo para procesarlos adecuadamente. Son acciones que conllevan muchos beneficios para nuestra salud, con efectos terapéuticos muy positivos que nos permiten avanzar, pero conviene matizar, que no siempre estamos preparados para realizarlos.

Está claro que son valores humanos, gestos de generosidad, que requieren  un alto grado de consciencia sobre el propio comportamiento, y un ejercicio de introspección y autocrítica sobre el daño que hemos hecho o que sentimos que nos han hecho. Pero, ¿todo es perdonable? ¿Por qué nos da miedo pedir perdón? ¿Por qué me sigo sintiendo culpable si me han perdonado? Y os suena eso de, “perdonar si, pero olvidar nunca”. Entonces, ¿eso es perdonar de verdad?

Muchas preguntas, para las que no hay respuestas universales. No nos olvidemos que pedir perdón, perdonar y perdonarse a un@  mism@, son también decisiones personales, que se basan en el sistema de valores y en la subjetividad de cada persona.  Por eso es importante remarcar que, pedir perdón, perdonarse, y perdonar no liga con la exigencia.

La cuestión de si todo es perdonable,  depende de tu criterio y de tu capacidad para perdonar. Porque, no es lo mismo perdonar una pequeña disputa con un@ amig@, un insulto, una  mentira, una infidelidad de tu pareja, roces con l@s compañer@s del trabajo, algún desacuerdo o distanciamiento familiar, el abandono de responsabilidades en el cuidado de padres enfermos…, la lista puede ser muy larga. Hay cosas que se perdonan más fácilmente, y otras, son hechos tan abominables y deplorables para los que hay que reclamar y reivindicar JUSTICIA, como: actos violentos, acoso sexual, violación, humillaciones, maltrato…,  y dime ¿puede alguien perdonar al asesin@ de su hij@? Serio dilema ¿verdad? Ser capaz de perdonar este tipo de atrocidades, denota una superioridad de desarrollo personal. Digno de admirar, una lección de humanidad, y muy difícil realizar.

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Sin embargo, la mayoría de los conflictos a los que hacemos frente en la vida cotidiana, distan mucho de un perfil delictivo o criminal. Nuestros enfrentamientos tienen que ver más con las interpretaciones que hacemos del comportamiento del otr@, bajo la supervisión de nuestro particular sistema de creencias, de lo que para nosotr@s está bien o mal. Tendemos a calificar la forma de proceder de las personas, en modo de aprobación, admiración, crítica, decepción, desprecio o traición.  Y precisamente, gestionar eficazmente nuestras desavenencias con los demás, es un reto que aporta felicidad.  

Nos cuesta ver los problemas que tenemos con nuestros semejantes, desde otra perspectiva que no sea la propia (llámalo que a veces tenemos falta de empatía). Solemos quejarnos, criticar, excusar, o lamentar lo que nos han hecho, o lo que hemos hecho. Cuando la realidad es que nos hieren, también herimos, y TOD@S COMETEMOS ERRORES. Y cuando nos equivocamos, podemos aprender de ello, o encadenarnos al lamento. Aprender te da la oportunidad de crecer y madurar. Lamentarte impide que progreses, haciendo que te estanques en tu error.

Pedir perdón, perdonarse y perdonar, nos libera, pero precisamos TIEMPO para poder hacerlo, para procesar tanto el daño que nos han hecho, como el que nosotros hayamos hecho. Por lo tanto, pedir perdón, perdonarse, y perdonar no liga con rapidez.

Ser capaz de pedir perdón demuestra valentía, porque suele dar miedo. Nos da miedo que no nos perdonen, que nos rechacen, y que te llenes de frustración y de un sentimiento de culpa demoledor. Así que, si vas a pedir perdón, hazlo de forma consciente, con honor y sinceridad, y no utilices el “perdóname” como un mero comodín. Verbalizar un “lo siento, me he equivocado, perdóname”, debe ir acompañado de un arrepentimiento real y de un intento por remediar el daño ocasionado. Es decir, que no se quede en una expresión bonita, llena de palabras que se lleva el viento, para cometer de nuevo el mismo error sin reparar la herida. Porque decir “lo siento” es fácil, pero demostrar que “lo sientes” es complejo y delicado.

Además, antes de pedir perdón, perdónate tú primero.  ¿Eso cómo se hace? Pues te toca hacer una autocrítica constructiva. Tendrás que, reconocer tu error y asumir tu responsabilidad, valorando tu intención. ¿Querías acaso hacer daño? Seguro que NO, ¿verdad? Te vendrá bien escribir una carta para aclarar tus sentimientos y poner orden en tu mente. Sentirte culpable no conmuta ni arregla lo que hiciste. Por eso, aprende de ello, y pide perdón. La mejor forma, es elegir un momento y lugar adecuado, hacerlo cara a cara y mirando a los ojos. Eso de pedir perdón por teléfono o con un Whatsapp, no funciona, es impersonal. Admite que te has equivocado, valora cómo ha afectado a la otra persona tu error, corrige o mitiga el daño (en la medida que puedas), y sobre todo, adquiere el compromiso de no volver a repetirlo.

Y si en todo caso tenías una clara intención de hacer daño a alguien, y luego te has arrepentido, perdonarte antes es aún más necesario y complicado, porque tu culpa estará justificada y precisaras evaluar las emociones implicadas en tu intencionalidad (venganza, rencor, frustración, resentimiento, odio, etc.), y canalizarlas debidamente. Este tipo de sentimientos tendemos a rechazarlos y bloquearlos porque nos provocan mucho malestar, pero absolutamente todas las emociones que sentimos tienen su función, incluso las más desagradables. Aprender a encauzar dichas emociones, darnos permiso para sentir (lo que sea), descargar el dolor y sacarlo fuera de ti, es primordial tanto para que te auto-perdones como para que  puedas perdonar a los demás.

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La sombra del perdón puede perseguirnos hasta límites de angustia y de puro tormento mental. Torturarse psicológicamente y castigarse por las equivocaciones, consume, paraliza y hace que te encierres en ti mism@ amargándote la vida. Hay una opción más válida y saludable, soltar y dejar ir esa culpa tan inútil, improcedente e inmerecida, y ponerte en acción pidiendo perdón para enmendar o subsanar el daño. Piensa en qué puedes hacer para que esa persona se sienta mejor, y házlo.

Nuestra capacidad para perdonar tiene que ver con la valoración que hacemos sobre el acto en sí, y sobre la persona que nos ha herido. Sopesamos el dolor que nos ha generado, con lo bueno que recordamos, y en esa balanza, nos toca decidir qué hacer. Confundimos perdonar con librar a la otra persona de su responsabilidad. Perdonar no significa que cedas, ni que dejes que te hagan daño de forma gratuita. No se trata de quese vaya de rositas, como si no hubiera hecho nada”, ni te obliga a confiar de nuevo en esa persona, ni de retomar su contacto o relación. Perdonar no liga con “todo sigue igual que antes”, porque implica un cambio, un aprender de la experiencia vivida, y liberarte del dolor para seguir tu vida. Perdonar tiene que ver con aquello que tú quieres lograr, llámalo paz interior o bienestar personal, dejando atrás el castigo y la venganza. Consiste en priorizar lo que es justo para ti, y que dirijas tu atención en la felicidad que te mereces.

Cuando no perdonas, te aferras al dolor, te anclas al pasado, te haces esclavo de lo que te lastima, te atas al resentimiento, te enlazas a un círculo de pensamientos negativos y destructivos…, y todo ello se traduce en SUFRIMIENTO. Efectivamente, perdonar es saludable. Pero hazlo cuando sientas y quieras hacerlo, no lo fuerces. Date tiempo, y mantén la distancia que más te convenga. Valora la importancia en tu vida de esa persona que te hirió, su intención, su actitud, y cuando hayas sacado fuera de ti el dolor que te causó, perdonarás. Cuando hayas renunciado a vengarte, a reclamar castigo, a querer cobrarte la deuda, además de haber perdonado, habrás olvidado, porque habrás cerrado la puerta al recuerdo del dolor.

Perdonar sin olvidar no tiene mucho sentido. Si no has olvidado, no lo has perdonado. Muchas veces nos engañamos, y nos decimos, “lo he perdonado, me resulta indiferente, pero no olvidaré lo que me hizo”. Esa frase está cargada de rencor y revela que el dolor no lo has soltado. Cuando algo de verdad te resulta indiferente, es porque es neutro para ti, no te genera emociones negativas ni positivas. Por lo tanto, esa marcada indiferencia que aparentas manifestar, señala que aún te estás defendiendo y justificando del recuerdo de lo que te hizo.

El camino de pedir perdón, perdonarse, y perdonar, te brinda la oportunidad de desprenderte del dolor, de restablecer tu vida con nuevas ilusiones y sin cargas,  de centrarte en lo que funciona y es positivo, y sobre todo en APRENDER. Y para recorrer este camino el TIEMPO es nuestro gran aliado y nuestro mejor amigo.

Alexander Pope decía “Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios”. Cuando pides perdón de corazón, reconfortas al otr@ y te dignificas a ti mism@. Si te perdonas a ti mismo demuestras que te aceptas y te quieres.  Y si eres perdonado, aprende la lección y agradece. 

Pedir perdón, perdonarse y perdonar, en definitiva, son actos de amor propio. 

[lsvr_testimonial portrait=»1271″]“El arte más poderoso de la vida, es hacer del dolor un talismán que cura. ¡Una mariposa renace florecida en fiesta de colores!” (Frida Kahlo).[/lsvr_testimonial]

Retales de una novia

Retales de una novia

 «Cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con una persona, quieres que el resto de tu vida empiece lo antes posible» – Cuando Harry encontró a Sally (película).

 “¿Qué te casas? ¿Te lo has pensado bien? ¿Qué vamos de bodorrio? ¿Tienes idea dónde te metes?… Tú estás loca, eso es mucho lío…”. Si, el post de va de novias, bodas, y todo eso, que a much@s agobia, que a otr@s les chirría, y que a algun@s emociona. Un pequeño manual práctico, para saber qué hacer cuando empiezas a agobiarte, estás nervios@ o hay alguna crisis. Vas a leer mucho sobre el mundo wedding, pero lo importante es que la tuya, la vivas exclusivamente a tu manera.

Una boda estresa, no por el hecho de casarte, sino por la multitud de decisiones que tienes que llevar a cabo. Quien te diga que, durante los preparativos no tuvo ningún problema o no discutió con su pareja, miente. Lo normal, es que surjan problemas y que las discusiones hagan acto de presencia. Sois dos personas, con gustos y puntos de vista diferentes. Ciertamente, se pone a prueba vuestra capacidad para resolver discrepancias.

Toca decidir: boda civil o religiosa, elegir fecha (no la que quieres, sino la que te dan o queda libre), buscar sitio de celebración, fotógrafo, vestido, complementos, menú, luna de miel, regalos, decoración, y un largo etc. Te planteas hasta un@ wedding planner para un evento que se escapa de las manos, y que haga así, un trabajo perfecto en el que te involucres lo justo. Pero empecemos por el principio ¿Te casas? Porque para que haya boda, primero debe existir una proposición de matrimonio, ya sea que te piden, pides o que de mutuo acuerdo queréis casaros.

Dicen que las mujeres desde niñas soñamos con vestirnos de princesas, con que nos espere un príncipe en el altar para vivir un “fueron felices y comieron perdices para siempre”. Pero la vida real no son los cuentos de hadas que nos cuentan de pequeñ@s. No necesitamos príncipes que nos salven, ni a los que hacer reverencias. Las mujeres podemos defendernos y cuidarnos solas, luchar por lo que queremos y merecemos, sin esperar a un príncipe para hacernos felices, mejor ser felices por lo que ya somos.

El amor existe, si crees en él. A veces es para siempre, y otras se acaba. Lo ideal es que sea recíproco, aquello que das también lo recibes. Pero ojo con esos amores asimétricos y unidireccionales, porque nada nos hace tanto daño como amar y no ser correspondid@. Aceptar que te dejan de querer es difícil, pero así es la vida del amor, dolorosa cuando termina y gloriosa cuando comienza. Cuídalo con hábitos saludables (comunicación, respeto, confianza, aceptación, apoyo, tiempo, etc.), es la única receta que funciona. Aparte hay un ingrediente que se nos olvida cultivar y es imprescindible, el amor propio. Quiérete, para querer bien, y te quieran. Si, ten un flechazo contigo mism@.

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Firmar un papel, no aumenta el grado de compromiso con tu pareja. Ese compromiso viene de más adentro. Por eso, primero piensa si esa persona es o no tu compañer@ de viaje. Que no sea un: “es lo que toca”, “así l@ tengo pillad@”, “cuando nos casemos, cambiará”, o un “me caso porque me conformo contigo, porque si es así, no hay mucho futuro en esa unión, ni felicidad a la vista.

Para recordar con ilusión tu boda, analiza el sentido de la misma. Sí hay amor para celebrarla, sí estás completamente segur@ de lo que haces, y sí deseas construir un proyecto de vida con esa persona, entonces sigue adelante. Pero si te asaltan las dudas, el miedo te desborda, los problemas se imponen como grandes impedimentos, y sientes que te equivocas, ponle freno. Más vale anular antes que lamentar.

No significa que, a la primera discusión canceléis la boda. Me refiero a que te cases siendo consciente de que realmente lo vuestro no funciona, y te digas “yo no sé para qué me casé, si no nos aguantábamos”. Aunque puedes casarte sin problemas de pareja, y éstos aparezcan después. Esas cosas pasan, el amor es así de impredecible. Hacer este análisis de sentimientos, puede que no te guste, pero es muy clarificador.

Vuestro enlace supone mucha alegría para la familia y amistades. Pero que no te extrañe, si percibes cierta “envidia” en algunas personas cuando dices que te casas. Pasa más de lo que piensas, y descubrirás quien comparte y a quien molesta tu felicidad. Si observas esto, concéntrate en l@s que te aportan energía y positividad, y distánciate de aquell@s que te ponen mala cara. El día de tu boda es para disfrutar con l@s que te acompañan, valorar a los que no puedan asistir, pero lo deseaban, y agradecer a l@s que no hagan el más mínimo esfuerzo por ir con excusas y supuestos inverosímiles, porque te han hecho un gran favor.

A partir de aquí, ¿qué boda queréis? Consulta los wedding-blogs, acude a ferias, investiga las últimas tendencias, pero cuidado con la saturación de información y las modas, con superar lo que hicieron otr@s, esa presión resulta inútil. Hay una inmensidad de posibilidades, que si temática vintage, ibicenca, romántica, bohemia, etc., pero recuerda que es un día para disfrutar. Aquí te dejo algunas sugerencias, recomendaciones, y confesiones, de una novia (yo misma) que pueden liberarte un poco del estrés que conllevan los preparativos, y algo te ayudarán:

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  • Una vez que tengas fecha y lugar, podrás respirar y relajarte. Pero no te duermas en los laureles, que tienes que definir el estilismo de tu boda y comenzar la aventura.

  • Llega a acuerdos con tu pareja y repartiros las tareas. Una agenda es fundamental para empezar a planificar, y con las ideas claras es mejor organizar.

  • Entrénate en técnicas de resolución de problemas, evitarás dolores de cabeza analizando ventajas e inconvenientes. Y cuando decidas, no mires atrás.

  • Ponte en manos de grandes profesionales tanto para el catering, fotografía, vídeo, como para peluquería y maquillaje. Confía y delega en ell@s, sabrán gestionar el timing de forma correcta. La conexión y complicidad con ell@s te tranquilizará, y harán que estés cómoda.

  • En las posibles discusiones con tu pareja o familiares, una cucharada de paciencia y otra de respeto. No te empeñes en llevar la razón, ni en cosas innecesarias.

  • Aprecia a quién te ofrece su ayuda, quién se preocupa y te llama para ver cómo estas o si necesitas algo. Toda novia necesita a sus aliad@s.

  • Intentarás programar y controlar todo, pero a veces la improvisación y lo no planeado dará buen resultado. Te confieso que nosotros no teníamos viaje de novios reservado cuando nos casamos. De hecho, lo miramos dos días después de la boda, y lo organizamos por nuestra cuenta, un maravilloso viaje a New York City, las cataratas del Niagara, y Washington DC., que salió redondo.

  • Que tu cuadrilla familiar te acompañe en la elección del vestido puede ser divertido, y un poco agobiante también. L@s adoras, pero a veces una novia necesita momentos de soledad para decidir sin influencias. Así que vete un día sol@ a ver que encuentras.

  • Seguro que tu vestido de novia no tiene nada que ver con lo que tenías pensado. Hazle caso a la chica que te asesora, pruébate todos los vestidos que quieras (yo llegué a 40), y “te juro que el palabra de honor queda bien”.

  • Con respecto a las tradiciones, elegid aquellas que se adapten vuestro estilo y personalidad. En nuestro caso, el anillo de compromiso sólo estaba en mi mano, mi vestido tenía detalles azules, quise velo, llevé algo nuevo, algo azul, algo viejo, y algo prestado, descarté las perlas, las arras eran monedas de nuestros viajes (sin haber iglesia de por medio), escribimos nuestros votos matrimoniales, no tiré el ramo de novia, pero sí repartí ligas a las solteras, los alfileres para las mujeres eran de mariposa con una leyenda diferente, nos lanzaron arroz, pompas de jabón y pétalos, llevé damas de honor, y ninguno vimos el traje del otro.

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  • El nivel de implicación y de personalizar la boda, es cosa vuestra. Podéis ser originales, o clásicos, acorde con vuestras preferencias. Nosotros quisimos dejar nuestra marca, y fuimos poco convencionales, por ello, las invitaciones eran un comic de nuestra historia, los regalos eran iguales para tod@s (bombones, imanes con nuestra foto, y una tarjeta con un mensaje personal para cada invitad@). La ceremonia estuvo a cargo de una gran amiga, y familiares y amig@s nos hicieron lecturas entrañables, por lo que fue muy emotiva. La música elegida, también tenía un significado especial. La barra libre la terminamos con un cielo iluminado de farolillos voladores cargados de deseos, que con la luna llena formaban una estampa mágica.

  • Aunque depende de vuestro presupuesto, intenta ser práctic@ con la lista de invitados, invitando a quien quieras ver ese día allí, y olvida los “compromisos”. Te ahorrarás mucho tiempo con el seeting plan. Por mucho que pidas confirmación de asistencia antes de la boda, tendrás que llamar tú a la gente, y el número final de invitados te bailará hasta mismo día de la boda, porque los imprevistos (que ocurren) harán que más de un@ te falle.

  • Para una boda de ensueño, inspírate en aquello que te apasiona, y sé fiel a tu instinto. La nuestra se celebraba frente al mar, y la decoración fue marinera. Mi prima hizo un trabajo exquisito con las flores, y una obra de arte con el ramo de novia. Mis zapatos eran azules, a pesar de escandalizar a much@s, el tocado fue hecho a mano a juego con el vestido, y los pétalos que pisé fueron de color violeta.

  • Respeta los gustos de tu pareja. No tenéis que coincidir en todo, pero sí hacer un esfuerzo por comprenderos. Nuestras alianzas eran diferentes, el novio entró con música de Lenny kravitz, y yo con la canción de «thousand years» de Christina Perry, el novio se compró el traje por internet y llevó calcetines de rayas y colorines, en la comida él bebía Rioja, y yo Ribera…. Para gustos, ya se dice, colores. Las diferencias no implican incompatibilidad.

  • Cuando se acerque el día, te preocuparás y te pondrás nervios@, incluso puede bajarte la regla sin esperarla, y no pasará nada. Soñarás con catástrofes, y tendrás alguna pesadilla, pero te aseguro que no se te caerá el pelo, entrarás en el vestido, no lo mancharás, y si te sale alguna espinilla, el maquillaje hace milagros. Ni te imaginas lo creativ@s que podemos llegar a ser buscando soluciones en momentos así. Además ¿qué sería de las bodas sin las anécdotas?

  • La noche anterior, estarás despierta a altas horas de la madrugada, con los nervios brotando de la piel y el deseo que todo salga según lo planeado. Puede que no duermas lo suficiente, y aun así estarás preciosa. Ya descansarás.

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  • Te lo dirán mil veces, y reconozco que es la gran verdad verdadera, ese día pasa muy rápido. Así que intenta disfrutar cada instante, desde que te están peinando, cuando te abrochen el vestido, el abrazo de tu madre, la sonrisa de tu herman@, las miradas con tus amigas, tu entrada a la ceremonia, la impresión al ver a tu casi marido, la comida, el baile, hasta el fin de fiesta. Vive cada momento y grábalo en tu recuerdo. Y no tengas miedo de saltarte el protocolo, lo tenéis permitido.

  • Se te escaparán lágrimas, comerás poco, os sorprenderán, bailarás, y te sacarás arroz hasta de las pestañas. ¿Estás list@ para dar el sí?

Y estos son los retales de una novia, que quería compartir el día de su boda, como la experiencia inolvidable que fue.  Me quedo corta al intentar describir lo que sentí, estábamos radiantes de felicidad. Fue perfecta con todas sus imperfecciones, intensa, auténtica y llena de momentos irrepetibles. Nuestra esencia se reflejó en cada detalle. Y es que cuando las cosas se hacen con amor, todo sale bien sin ser perfecto.

 Así que haz tu boda tuya, vuestra, de nadie más, y ese día volarás, más arriba de las nubes.

¡QUE VIVAN LOS NOVIOS! Y que el amor os impregne el aire.

Ponle ganas y cambia

Ponle ganas y cambia

En la última comida con una amiga, ella me preguntaba “¿cómo puedo cambiar? Me siento tan estancada, que no sé por dónde empezar.”

Y es que cambiar y salir de la zona de confort, sigue siendo difícil de afrontar. Pero salir de ese muro protector que te impide vivir la vida que realmente quieres,  es posible, solo tienes que ponerle ganas a cambiar.

He escuchado tantas veces, “me siento estancad@”,  que me parece una enfermedad común, a la que todos en algún momento estaremos expuestos. Y en efecto todos sabemos lo que no nos conviene,  pero saberlo no es suficiente, porque seguimos haciendo lo mismo. “Sentirse estancado” es como tener el “agua estancada”.

Cuando nos sentimos estancados, no avanzamos, nada parece tener sentido, estamos mal y nos quejamos constantemente de la situación que vivimos. Es como cuando el agua está estancada, creamos un ambiente dentro de nosotros mismos tan propicio a las bacterias y hongos (quejas e insatisfacción), que perjudicamos nuestra salud, e incluso somos caldo de cultivo para los mosquitos (personas tóxicas) que revolotean a nuestro alrededor para chuparnos la energía, y aprovecharse de toda esa agua estancada para perjudicarnos.

            Somos casi un 70% agua, y la dejamos que se estanque. ¿Y qué es lo que hace que no fluyamos?  Bruce Lee decía, “be water my friend”.  Pero vaciar nuestra mente, liberarnos de toda forma, como el agua, nos cuesta mucho. El agua cambia, puede ser hielo, vapor, correr por el río, ser mar, retenerse en un estanque  para regar campos o criar peces, o envasarse en una botella para calmar nuestra sed. El agua se adapta a las circunstancias que se le presentan, pero nosotros nos resistimos al cambio, y preferimos quedarnos con lo malo conocido, en lugar de arriesgar, y continuar nuestro camino de forma diferente.

Nos estancamos por múltiples causas, algunas ocasiones porque somos muy perfeccionistas y nuestras expectativas son demasiado altas, otras porque tenemos miedo a fracasar en esa nueva posibilidad de cambio, ya sea una oportunidad laboral, emprender un negocio, romper definitivamente con la pareja, o sencillamente aprender a ser feliz y tomar decisiones que optimicen nuestro bienestar. Nos estancamos porque la vida también nos pasa por encima, y nos cansamos de luchar, perdemos el ritmo, dejamos de ser flexibles, nos olvidamos de planificar, de reformular nuestras metas, nos encadenamos a la apatía, y la pasión nos abandona.

Y es verdad que a veces surgen contratiempos, nunca es el momento adecuado para cambiar aquello que no te gusta, y nunca lo será, porque siempre existirán imprevistos como la vida misma. Nada sucede exactamente como lo tenemos planeado, y cambiar es una elección que supone desprenderse de algo que conoces por otra forma de hacer las cosas.

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El miedo al cambio, cala en los huesos, y hace que te paralices. ¿Qué hacemos cuando vamos a estrenar unos zapatos y tenemos miedo al dolor de pies y rozaduras? Uno, los estrenas igualmente porque confías que si te hacen daño sabrás cómo reaccionar (te los quitas, te pones una tirita, o te los cambias cuando ya no puedes más, pero los disfrutas). Dos, los vas preparando para el estreno, y te los vas poniendo por casa, les echas crema, porque te adelantas a posibles consecuencias. O tres, los guardas en ese estupendo zapatero porque definitivamente te harán daño, y quedan preciosos en el zapatero, así siempre estarán nuevos, y utilizarás los mismos gastados de siempre. Ahora estás delante del zapatero, los zapatos nuevos son tu cambio,  decídete: estrenas, preparas estreno, o los guardas sin estrenar.

Iniciar un proceso de cambio es difícil si, pero se puede si te centras en lo que quieres conseguir. Que tus “si quiero” superen por goleada a los “no puedo”. Dar ese giro al cambio, y ponerte en movimiento es posible si te decides a implicarte y comprometerte contigo mism@. Esa responsabilidad pertenece a cada un@ y no existe magia alguna que hagan que cambies de la noche a la mañana. Y por si esperas recibir una señal divina que te de la fuerza necesaria para cambiar, déjame decirte, que esa señal la tienes dentro de ti, haciendo eco en tus pensamientos. Tú tienes la capacidad para  transformar tu infelicidad y estancamiento por, remolinos y mareas que muevan tu agua estancada para que fluya y  cobres vida. Cambiar requiere tu esfuerzo, tu voluntad, y un motivo. Presta atención a tus necesidades, valora lo que ganarás, ponle ganas, y cambia.  

[lsvr_testimonial portrait=»1113″ source=» Wayne Dyer»]

“Cambia tu forma de ver las cosas, y las cosas cambiarán de forma” [/lsvr_testimonial]

Este artículo fue publicado originalmente en La nueva ruta del empleo (octubre 2015).

¿A quién se le pasa el arroz?

¿A quién se le pasa el arroz?

Cara a cara con el tiempo, hoy me remonto a unos meses atrás visitando mi pueblo, cuando tuve  un encuentro casual con una antigua compañera de instituto. La experiencia vivida me llamó la atención por la intensidad del momento, y el revuelo de emociones percibidas en mí y  en aquella amiga después de casi dos décadas.

Nos vimos por última vez en una fiesta del instituto cuando terminamos la selectividad, y cuánto había llovido desde entonces. Casualidades del destino, nos encontrábamos frente a frente dos mujeres que se conocieron siendo adolescentes y que sin embargo eran completas desconocidas en ese preciso instante. Reconocernos en ese cara a cara después de tantos años fue algo anecdótico y casi cómico. Un reencuentro fortuito, que tras los efusivos saludos, besos y abrazos mutuos,  ella comenzó a interrogarme de forma casi aterradora. 

«¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida? ¿Dónde vives? ¿De qué trabajas al final? ¿Te has casado? ¿y no tienes hijos? ¿Y novio? Con lo que a ti te gustaban los críos, y a tu edad ya es complicado, ya sabes que ¡se te va a pasar el arroz chiquilla! Ya es hora de que te busques a alguien para que no estés sola … «

¿Cómo responder a todo? Preguntaba a velocidad de vértigo, sin dar tiempo a procesar la información, era como si realmente no importara o no le interesara lo que yo le iba a contar. Aún me cuesta comprender cómo no apreció mi cara de agobio y desconcierto a tanta pregunta. Pero creo que, su batería de preguntas respondía a su necesidad de comprobar  y corroborar que mi vida fuera tremendamente infeliz…  

Estaba tan ensimismada en su retahíla de preguntas, que me limité a sonreír y quedarme en silencio, hasta que dejó de hablar, y entonces aproveché.

«Mi respuesta a todo lo que me preguntas ahora que has parado a respirar, es que estoy muy feliz,  contenta de vivir muchas experiencias. El arroz no se me ha pasado, al contrario, estoy en el punto perfecto de cocción, y siempre estoy a tiempo de echar más agua, de apagar el fuego, o no comerlo, porque el arroz no se pasa, pero la vida sí que te pasa. Nunca se es demasiado viej@ para hacer nada en la vida. Cuéntame, ¿Qué ha sido de la tuya? ¿Eres feliz? ¿Haces lo que soñabas?»

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Sus gestos se torcieron tras escuchar mis últimas palabras. Su cara reflejó una profunda disculpa por su torpeza y metedura de pata, pero sobre todo, percibí en su mirada la tristeza que la atrapaba. Y en ese momento, casi rompió a llorar en mitad de la calle, pidiéndome que fuéramos a tomar un café.

Os pongo en antecedentes, ambas tenemos 36 años. En aquellos tiempos de instituto, teníamos por un lado:

  • A una chica considerada la «empollona» de la clase, responsable y organizada, la que siempre hacía lo «correcto». La calificaban con ser un poco borde y aburrida porque no acudía  a fiestas, y mucho menos tenía citas con chicos, puesto que prefería quedarse horas leyendo.

Por otro lado:

  • A una joven encantadora, la «popular» de la clase, sociable, rebelde e impredecible, muy dulce, con un talento especial para transmitir emociones a través de sus dibujos.

Veinte años después, la «empollona» de la clase sigue soltera, vive independiente, con la maleta siempre a cuestas viajando, luchando  y cumpliendo sus sueños. La «popular» de la clase, finalmente dejó sus estudios de bellas artes, para casarse con su novio de toda la vida, es madre de tres hijos, vive en el mismo pueblo trabajando como cajera en un supermercado, y confiesa sentir pena de ella misma por haber  abandonado su gran sueño.  Triste, ¿verdad?. Me refiero claro está a que es triste que abandonara  su sueño.

Pero esto no quiere decir que, para ser feliz tengas que tener una carrera universitaria, ser soltera, y renunciar a ser madre. No confundamos, no todas las personas valemos para lo mismo, ni queremos las mismas cosas. Se trata de ser feliz hagas lo que hagas, y perseguir tus sueños. 

Y es que no es la primera vez que escucho «se te va a pasar el arroz»… Por eso, me tomo mi tiempo para responder, con paciencia, con calma, respirando y con una sonrisa, me quedo callada hasta que sus palabras se ahogan en el silencio. ¿Qué se me a pasar el arroz? ¿Pasar para qué? ¿Tener hij@s? ¿Casarme? … ¿En serio aún tenemos estos clichés sociales de lo que una mujer a una determinada edad tiene que ser, hacer o tener? Porque esto hace años estaba socialmente establecido, pero en la actualidad está fuera de lugar.  El arroz nunca se le pasa a una mujer, vive cuánto quieras la vida, y no esperes para hacer  aquello que sueñas.

Además de ser un comentario desagradable con el que  sometes a la mujer a una presión altísima, es una forma de machismo encubierto. Porque seguro que nunca le has dicho a un hombre «oye, se te va a pasar el arroz». A ellos no se les dice tanto, sin embargo para nosotras es la frase estrella si tienes X años, estás soltera y no tienes hij@s.

Puedes ser feliz sola o con pareja, siendo madre o no, trabajando como abogada o como dependienta, tú sabes lo que te hace feliz y lo que no. Que manía tenemos con criticar, juzgar o rechazar a las personas que viven de forma diferente. El reloj biológico existe, pero no todas las mujeres tienen por qué sentirlo o querer hacerle caso. Puedes ser madre soltera, formar una familia, adoptar, acoger, hay miles de opciones. Tener pareja está muy bien, siempre y cuando funcionéis como tal, porque sino es mejor estar sol@. Un poco de respeto a las decisiones de los demás y que no nos incumben, sería todo un detalle por nuestra parte. 

 

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Nos olvidamos que tenemos una vida para vivir, y vivir implica amar, crecer, caer y levantarse, equivocarse y aprender, luchar por lo que quieres, y sufrir también. Cuando eres capaz de amarte a ti mism@, descubres la felicidad que hay dentro de ti, tienes equilibrio y coherencia entre lo que piensas, sientes y haces. No dependes de nada ni nadie, y eso da felicidad y tranquilidad. Amarte para amar a otr@s es fundamental, te da fuerza e independencia, te ayuda a ser feliz. Pero el tema del amor y el miedo a la soledad, da para otro artículo.

Así que,  mejor no comentar a ninguna mujer  la metáfora de «se te va a pasar el arroz», porque el tiempo no nos deja inserviblesYa sabéis, que ahora tenemos un arroz  que no se pasa, uno que conserva su punto más apetecible tanto como lo cocines, así hay que plantearlo en estos tiempos. Por lo tanto, también debemos pensar que mejoramos como el buen vino, ese que se saborea. Por ello, más vivir la vida que nos está pasando, disfrutar en plenitud el ser mujer, ir a por nuestras metas, con libertad para elegir lo que nos hace felices. No te conformes, ni asumas que lo tienes todo perdido.

De aquel reencuentro y entrañable café entre dos mujeres hablando de la vida que habíamos vivido en esos casi veinte años, me quedo con una frase que se me grabó a fuego «me conformé con la vida que otros quisieron para mi, y me rendí y no aposté por mi sueño de ser pintora». 

Repito, ¿A quién se le pasa el arroz? Como mujer NO SE TE PASA NADA, sólo vive la vida que está pasando.

Recuerda nunca es tarde para nada

 

[lsvr_testimonial source=»Paulo Coelho» portrait=»1063″]

«Es justamente la posibilidad de realizar un sueño, lo que hace la vida interesante».

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L@s Amig@s yoyó

L@s Amig@s yoyó

«Hay una teoría infalible sobre la amistad: siempre hay que saber qué se puede esperar de cada amigo»

Carmen Posadas

¿Quién pasa por la vida sin amig@s? ¿Qué triste sería verdad?

Aunque l@s cuentes con los dedos de una mano, algun@ tienes. Y es que las relaciones de amistad, son muy importantes para vivir feliz. Hay de todo tipo, íntimas, duraderas, superficiales o cortas en el tiempo. Están las del instituto, las de la universidad, las de salir de marcha, las de toda la vida, las de nos vemos una vez al año, pero todo sigue igual, las intensas por un tiempo y luego nunca más se supo, las de “por el interés te quiero Andrés”, las del trabajo, etc.

Definiciones de amistad, hay muchas, para la RAE es el “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Para mí, es un tipo de amor en el que caben multitud de sentimientos, que son recíprocos. Seguro que te suena eso de “amig@s para siempre”, y recuerdas es@ amig@ especial con el que compartes casi todo y que te conoce casi tanto como tú (o incluso un poco más).

L@s amig@s están sobre todo para compartir momentos, vivir aventuras, confiar secretos y problemas, salir a pasarlo bien, tomar cafés interminables que se convierten en “ya que estamos, cenamos, y nos tomamos algo”, animar cuando están tristes charlando horas y horas. Son en l@s que siempre encuentras abrigo, l@s que hasta cuando os enfadáis, os comprendéis,  l@s que te dicen la verdad a pesar de que quieras ignorarla, y son l@s mejores abogad@s si alguien te ataca. Si, con l@s amig@s se viven momentos llenos de complicidad, irrepetibles, inolvidables y entrañables.

También existen numerosos estudios que nos demuestran que las relaciones de amistad son beneficiosas para la salud. La Universidad de Oregon postulaba, que las personas que tienen lazos estrechos con otras, corren menos riesgo de morir de enfermedades graves, tienen un sistema inmunitario fortalecido y resistente, gozan de mejor salud mental, y son más longevas. La Universidad de Loyola, en Chicago, señalaba que tener buenas relaciones personales además de mejorar la salud, combaten depresiones. En efecto, tener amig@s es saludable, ya que nuestro estrés disminuye cuando hablas con un@ amig@ de lo horrible que ha podido ser tu día, o de aquello que tanto te agobia y te preocupa. Una conversación con un@ buen@ amig@ es a veces la mejor terapia, siempre alivia tu malestar.

Y es que tener amig@s sienta bien, siempre y cuando sean eso, relaciones de amistad verdaderas, basadas en el cariño, lealtad y respeto. De es@s amig@s, que quieres y te quieren, te apoyan y apoyas, que te escuchan y escuchas, que te ayudan y ayudas, aquell@s con las que compartes afinidades, y conectas íntimamente.

Pero, ¿qué ocurre con esas amistades que no son tan sanas? Esas amistades que están más cerca de lo tóxico que de lo saludable.

A este tipo, yo las denomino l@s amig@s “yoyó”, sumamente peligrosas para el bienestar psicológico. Por eso te invito a que descubras, qué te hacen sentir tus amig@s.

Seguro que sabes lo que es un “yoyó”, probablemente habrás jugado con alguno cuando eras niñ@. Ese juguete de madera que te anudabas al dedo y lo hacías bailar de arriba-abajo y viceversa. Pues l@s amig@s “yoyó” son personas que giran solo sobre sí mismas, una y otra vez como si fueran las únicas estrellas del baile. Esta clase de amig@s (que en realidad no lo son), se creen el centro del universo, y van de víctimas o en plan protagonista.

Te doy más pistas, l@s amig@s “yoyó” a l@s que parece que el ego no les cabe en el pecho, son aquell@s que sólo te hablan de sus problemas y necesidades, que te utilizan cada vez que les conviene, que te critican, te manipulan, te juzgan, bromean a tu costa, te restriegan que hicieron algo por ti, y te hacen sentir culpable si consideran que les has fallado. Suelen quejarse hasta la saciedad, y la mayoría de sus sentimientos oscilan entre el rencor, la envidia, la crítica, y un resentimiento generalizado. Es como si tu felicidad les molestará, no soportan que consigues tus sueños, y sientes que no se alegran del todo ante cualquier buena noticia o éxito tuyo, porque siempre tienen un “pero” que va detrás.

A veces ni siquiera se dan cuenta de sus actos tóxicos, porque están tan ensimismados en si mism@s que no ven más allá de sus razones, puntos de vista, opiniones, y creencias. Son incapaces de comunicarse de forma eficaz y coherente, y ante discusiones vomitan todo su malestar contigo. Son maestr@s en recriminaciones y repito, en hacerte sentir culpable.

Para seguir confeccionando el perfil “yoyó”, te diré que son personas prepotentes, altaneras, impacientes, que muestran falta de autocontrol e impulsividad, con baja tolerancia a la frustración, inflexibilidad y rigidez mental. A menudo se definen como personas con mucho carácter y radicales en sus planteamientos. Si alguna vez te ayudan, no solo te lo recuerdan, sino que te lo echan en cara, porque les debes dedicación absoluta. Desconocen por completo la asertividad y la empatía en sus relaciones sociales. Nunca admiten que se han equivocado, puesto que, si te lastiman con sus palabras, es tu problema, ell@s solo dicen lo que piensan, y eres demasiado débil. Tienen reacciones desproporcionadas, y casi siempre están de gresca o mal humor. En definitiva, una naturaleza bastante conflictiva.

Este tipo de relaciones son tóxicas, nos generan estrés, tensión, y sobre todo, mucha decepción. Resulta complicado razonar con personas así, que intentan siempre quedar por encima. En realidad, este “creerse superior” demuestra todo lo contrario, y es un profundo sentimiento de vacío, baja autoestima, escasa seguridad y confianza en sí mism@s, por lo que cambian con asiduidad de amig@s, y parece que no encajan nunca.

Si piensas que hay alguien de tu mundo que te trata de esa manera, permíteme que insista, NO TE LO MERECES. No sigas siendo la cuerda del yoyo, porque te terminarás gastando y rompiendo. Lo mejor que puedes hacer es decir STOP con este tipo de relaciones tóxicas. Lo primero toma conciencia de las emociones que te generan tus amig@s. Si son positivas, estupendo, agradece que las tienes, disfrútalas y sigue cultivándolas. Ahora bien, si te provocan emociones negativas, parecidas a lo que has leído, eso no es amistad. Distánciate de ell@s, y evita su contacto, va a mejorar tu salud. Esto no significa que te aísles, sino que apuestes por relaciones de amistad saludables. Implica que cambies de amig@s, y establezcas alianzas de amistad sanas. Atrévete a conocer a gente nueva, amplia tu red de contactos, apúntate a tus actividades favoritas, conoce de verdad a las personas y rodéate de las que te transmitan paz, positividad y alegría.

Por otro lado, si te reconoces en este tipo de actitudes de amig@ “yoyó”, te animo a ser mejor persona, dejando de ser tóxica. Es decir, comunica lo que sientes y necesitas, pero también escucha lo que sienten y necesitan los demás. Puedes respetar otras ideas y mantener la propia, sin herir con tus palabras. Es bueno que conozcas lo que le gusta a tus amig@s, y también aquello que les irrita para no hacerlo. Si recuerdas haber mandado al garete buenas relaciones de amistad por orgullo y cabezonería, por insistir en tus convicciones, estas a un paso de aceptar que lo hiciste mal, a dos pasos de pedir perdón a esa persona, y a tres pasos de perdonarte a ti mism@. Dicen que rectificar es de sabios, así que buscar ayuda para canalizar tus frustraciones y aprender habilidades sociales, mejorará tus relaciones.

Es curioso cómo podemos evolucionar como personas si aceptamos nuestros errores y nos centramos en la solución. Analiza tus relaciones de amistad para que sean óptimas. Cari Rogers (psicólogo) decía que una verdadera amistad tenía cuatro características fundamentales: autenticidad (para expresarnos de forma clara y sincera), cordialidad (para sentirnos aceptados, respetados y considerados), empatía (porque comprenden nuestros sentimientos), y la disposición para compartir experiencias. Actúa en consecuencia con las personas que te importan. Las amistades no se hacen de la noche a la mañana, necesitan tiempo para madurar y consolidarse, y el intercambio de afecto, confianza, y respeto para fortalecerse. L@s amig@s nos enriquecen emocionalmente, potencian nuestra creatividad, te hacen prosperar, y a tener disposición para ayudar. Concéntrate en lo positivo de las personas, y aprecia a ese tesoro que tienes como amig@. Pregúntate ¿qué tienes en el corazón para dar? Pero no des esperando recibir exactamente lo mismo. Deja de jugar al “yoyó” para que todo vuelva a ti, si siembras amor, éste se multiplicará y no necesitarás tirar de la cuerda.

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MUJER, NO POMPA DE JABÓN

MUJER, NO POMPA DE JABÓN

Hoy cumplimos un año de vida. Un año en el que seguimos luchando con ilusión en este proyecto para mejorar el bienestar de la mujer. Solo necesitamos que quieras despertar y descubrir todo tu potencial. Así que, bienvenidas de nuevo a este rincón para nosotras, en el que puedes encontrar respuesta a tus anhelos, en el que comprendes un poco más de ti misma y en el que aprendes a trabajar tu autoestima. Y antes de que se me olvide, felicidades por ser mujer.

Despierta Afrodita ha trabajado duro este año, participando en eventos en defensa por la igualdad, y realizando talleres para optimizar la autoestima femenina. Hemos desplegado las alas, pero aún nos falta batir las alas para poder volar y avanzar. Por eso seguimos compartiendo historias que nos acercan a todas, reflexiones que nos hacen abrir los ojos, y cuentos que nos invitan a materializar la vida que realmente queremos, esa vida que nos merecemos, y que puedes conseguir si despiertas y crees en ti.

Seguro que algún día, mientras ibas paseando por el centro de tu ciudad habrás observado a alguien haciendo pompas de jabón gigantes en mitad de la calle, dejando embelesado al público que los miraba. Es un espectáculo artístico de moda, que tiene una mezcla de entretenimiento y de arte, porque ver las burbujas flotar en el aire, mientras otras se revientan con el simple contacto con alguna superficie, es un placer que nos deja a todos encantados. Hace poco yo misma, estuve presente en uno de estos espectáculos, y pude comprobar la belleza tan fascinante y a la vez tan efímera del vuelo de las pompas de jabón. Y de esta experiencia, surgió la idea de la historia que ahora te cuento.

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Esta es la historia de una mujer cualquiera, que vive en este mundo llamado tierra. Cuando nació le pusieron el rosa por bandera, y la mecían para que soñara con ser princesa. Entre cuentos de hadas y príncipes azules crecía mientras iba a la escuela vestida de forma coqueta y con lazos que adornaban su bonita melena. En los recreos a jugar con muñecas y a la comba como las niñas buenas. Había que cuidar que siempre estuviera perfecta, con la ropa limpia y peinada de la forma correcta. Desde pequeña apuntada a clases danza, aunque el kárate fuera una de sus preferencias.

Ya de adolescente con las amigas quedaba a horas prudentes, mientras su hermano no tenía hora de llegada. Empezaba en esta etapa, la ITV de su cuerpo frente al espejo, porque si quería estar bella tenía que estar delgada, ya que en las “gorditas” los chicos no se fijaban. De punta en blanco y siempre arreglada para aparentar que era la chica ideal a la que todos quieren enamorar. Le aconsejaban que forzara la sonrisa, aunque no la sintiera, y que las penas era mejor esconderlas. No debía prestar atención a sus fortalezas, puesto que al ser chica era débil por naturaleza.

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Los años pasaban y la niña se convirtió en mujer. Quiso ser bombero, pero le dijeron que le iba más ser maestra. Que se dejará de muchos hombres, y se esforzará por conseguir un buen novio, para no convertirse en una vieja solterona. Que llegaría el día para casarse, y centrarse así en su marido. Las tareas del hogar y su trabajo le iban a absorber el tiempo, y pasar un rato con las amigas, carecería de importancia, ya que en casa ya lo tendría todo.

La cosa se complicaría un poco cuando el instinto maternal llamará a su puerta, porque al ser madre, entre el marido y los hij@s que tendría que cuidar, el trabajo debería dejar. Y es en ese momento cuando las ITV del cuerpo se harían más intensas, ( la ITV es la inspección técnica que se le hace a los coches para acreditar que pueden circular sin ningún problema, pues nosotras nos hacemos esa inspección técnica del cuerpo frente al espejo, para chequear en qué condiciones lo tenemos constantemente). En esta parte de la vida, lo más importante sería  mantener a su marido contento, y si por casualidad la engañaba, debería  mirar a otro lado, y quedarse callada, para que nadie supiera que estaba pasando por una situación delicada.

Y en este mar de suposiciones de lo que podría ser su vida, se detuvo un instante, se imaginó en esa rutina de casi sin respirar, de momentos de agonía, de llorar a solas por sentirse vacía, viviendo una vida que en realidad no quería. Porque ese mundo de apariencias, exige que seas una mujer “perfecta” de cara a la galería, pero amargada en lo más profundo de su corazón. De ser una mujer metida en una burbuja, a la que hay que proteger, pero que todos pueden dañar, como las pompas de jabón que flotan en el aire. Todos admiramos su belleza, y todos podemos destruirlas con un solo chasquido, porque se evaporan fácilmente. Por eso no te equivoques, no eres una pompa de jabón.

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En nuestra historia ella era una mujer que tomaba decisiones, que  experimentaba ser mujer en toda su plenitud, y practicaba el amor hacía sí misma. Ahora apaga fuegos siendo bombero, se arregla cuando tiene ganas, a veces va en chándal y otras conjuntada, porque con cualquier trapo que lleve encima, ella se siente guapa. Cuando se mira al espejo, se echa piropos y se guiña un ojo, porque sigue siendo preciosa hasta con kilos de más, y sin maquillaje en la cara. No depende de nadie más que de sí misma, y sueña todos los días con hacer las cosas que le motivan. Sin miedo a mostrarse tal y como es, con lo que siente, cómo y cuándo lo siente, explora y afronta sus sentimientos, porque ya sea sola o con pareja, es feliz.  Se va de viaje con las amigas, y deja al marido cuidando de l@s niñ@s, porque en casa ambos hacen la colada, y los dos trabajan. Su prioridad es ella misma, y quererse forma parte de su rutina. Se hizo fuerte, y sabe que el poder reside en ella para cambiar aquello que no le gusta. No vive de las apariencias y se siente libre. Aprende y se equivoca, porque los fracasos no existen. Disfruta de su mundo, apuesta por sus sueños, y está convencida que la verdadera belleza es esa que se transmite con la mirada.

Eres mujer, no pompa de jabón. Es nuestra lucha por la igualdad en derechos y oportunidades, la que nos hace fuertes. Recuerda que la magia para cambiar el rumbo de las cosas está en nuestro interior.

[lsvr_testimonial source=»- Emma Watson»]»Quiero ser la persona que se siente muy bien en su cuerpo y que pueda decir que lo ama sin cambiar nada»[/lsvr_testimonial]