El cajón del apego

EL CAJÓN DEL APEGO

Quiero rescatar este post que originalmente escribí para La nueva ruta del empleo con el título “Cajones Olvidados” y que hoy modifico para profundizar en el apego que tenemos a cosas, personas, relaciones, patrones de pensamientos, e incluso al dolor y al miedo . Watler Riso dice “el apego es el mayor motivo de sufrimiento de la humanidad” y cuánta verdad encierra esa frase.

Todos queremos ser felices, pero no sabemos cómo serlo. Nos desconcierta no encontrar esa felicidad, de la que todos hablan que tienen, y que nos venden basada en tener cosas, no sólo de índole material, como una casa, un coche, o unas zapatillas de la marca X, sino también en tener pareja, hij@s, amig@s, un trabajo de prestigio, o ese “éxito” en la vida..., una felicidad que refuerza el apego y la dependencia emocional. Y vamos creciendo con la idea de poseer la felicidad, y no con la de vivir la felicidad desde el ser y estar. La verdadera felicidad reside en necesitar menos, en sentirte satisfech@ contigo mism@ y con las relaciones que mantienes con los demás, disfrutando de cada instante que vives, porque la felicidad no va de tener, sino de sentir y aceptar.

Ni siquiera nos damos cuenta de todos los apegos que acumulamos en nuestro propio cajón del apego, de los que dependemos para poder ser felices. Somos más adictos de lo que pensamos.

Por ejemplo, nada hay como una mudanza para percatarse de la cantidad de cosas que guardamos en cajones olvidados. Cosas que ni recuerdas que tenías, infinidad de objetos inservibles apilados y llenos de polvo, prendas de ropa amontonadas ocupando espacio…, guardadas por el apego que sentimos hacía ellas, por miedo a desprendernos de los recuerdos asociados a esas cosas, por miedo a que en algún otro momento nos haga falta (¿y si lo necesito más adelante y no lo tengo?, mejor lo guardo”). ¿Cuántas veces al año vacías armarios y cajones?

Pues también vamos llenando nuestro cajón del apego a personas, relaciones, expectativas, o pensamientos, precisamente porque pensamos que l@s necesitamos, por miedo a desprendernos de esa falsa seguridad que nos crean, por miedo a cambiar, a sentir, a salir de esa zona de confort en la que estamos acostumbrados a quejarnos y a evitar todo aquello que suponga un cambio sustancial en nuestra forma de vivir.

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Nos aferramos a objetos, personas, y también al sufrimiento. Creamos vínculos obsesivos y nudos de dependencia. Desvincularse y desatar esos nudos que nos aprisionan en una vida que no queremos pero que no sabemos qué hacer para cambiarla, es complicado. La razón es simple, el miedo a sufrir y a sentir, nos puede. Para soltar apegos hay que atravesar el dolor, y darnos permiso para sentirlo y soltarlo, porque no tiene otra forma de desaparecer que “doliendo”. Bloqueamos el dolor, hasta tal punto que dejamos que se instale dentro, y llegamos a convertir el sufrimiento útil en inútil. Nos asusta sufrir y evitamos liberarnos del miedo a tener miedo. ¿Cuántas veces expulsas de tu vida esas personas o relaciones hostiles y tóxicas? ¿Eres capaz de eliminar esos pensamientos negativos que te atormentan?

La realidad es, que no vaciamos ni saneamos nuestro cajón del apego. Soltar dependencias emocionales, significa aceptar lo que está pasando, renunciar al control, asimilar cambios, confiar en ti mism@, abrazar tus miedos, y actuar con libertad para darte la oportunidad de crecer y avanzar en la dirección que quieres seguir y vivir.

Asumir la impermanencia de la vida (concepto clave en el budismo), e interiorizar que lo único seguro es el cambio, nos ayudaría a desligarnos. Aprender a tomar conciencia de que nada ni nadie es permanente, que el apego nos resta felicidad, y aceptar lo que hay aquí y ahora para vivirlo, disfrutarlo o sufrirlo. Todo cambia, y todo pasa. La naturaleza nos da lecciones a diario sobre el desapego, la impermanencia, y el ciclo natural de la vida, y apenas nos paramos a apreciarlo. Observa con atención cada amanecer y atardecer, el fluir del río, cada cambio de estación, como cada hoja que se cae del árbol en otoño, vuelve a brotar en primavera.

En esta vida estamos de paso, y se nos olvida. No vivimos por y para siempre, pero hay quienes se pasan por la vida sin vivir, sin desarrollar la conciencia necesaria para sentir que la vida te está pasando ahora, no después.

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Y ¿cómo soltamos apegos y dependencias? Pues aquí te dejo algunos ejercicios prácticos:

Empieza por vaciar armarios y cajones. Prescinde de las cosas que acumulas sin usar, ordena, organiza, limpia y libera espacio, es saludable. La premisa básica es guardar solo aquello que vas a utilizar y disfrutar. Lo que no usas hace siglos, como la ropa que no te cabe, no lo guardes. Intenta hacer un par de limpiezas al año, clasificando las cosas que no usas desde hace más de un año, y las que usas con mayor frecuencia. Esta limpieza implica que puedes donar, regalar, vender, reciclar, ayudar a coleccionistas, o tirar a la basura, todo eso que ya no usas. Conserva cosas con sentido y coherencia, y recuerda que hay que desprenderse de lo viejo para que pueda entrar lo nuevo. Mantener los armarios ordenados y desahogados, con lo que usas y disfrutas, hace tu vida más cómoda, fluida, y libre. Lo práctico, es sencillo, y hace que aproveches el tiempo y gestiones tu energía eficazmente.

Pasa más tiempo a solas contigo mism@ y descubre quién eres, lo que te gusta y lo que no. El autoconocimiento resulta fundamental para comprender tus necesidades, tus prioridades y valorar lo que de verdad te importa. Fomenta tu autoestima para confiar en ti, quererte y cuidarte.

Vive y siente el presente. Practicar respiración profunda, mindfulness, y meditación, te ayudará a tomar conciencia de la realidad, utilizando tus sentidos en el aquí y ahora, y sobre todo te enseñará a encontrar la paz dentro de ti. Recuerda que todo cambia, y todo pasa.

Aprende a DECIR NO a lo que te hace daño. Cultiva tu capacidad para decidir lo que necesitas, quieres, lo que te conviene y lo que te mereces. A veces eso implica pasar menos tiempo con personas tóxicas y decir adiós a relaciones hostiles. Deja ir esos apegos.

Visualiza que sueltas ese dolor, ese miedo, esa relación de pareja tan hostil, esa creencia tan destructiva de ti mism@, etc. Para ello, necesitarás un objeto pequeño, un bolígrafo por ejemplo, para sostenerlo en tus manos y así imaginar que dicho objeto, son tus pensamientos, sentimientos o esa persona que tanto te hace daño. Apriétalo con fuerza en tu mano, hasta que no puedas aguantar el dolor de tanto apretar, y déjalo caer al suelo. Te darás cuenta que puedes soltarlo y que no necesitas aferrarte a ello. Puede ayudarte escribir una carta de despedida, arrojar piedras al mar con todas fuerzas, y hasta gritar en cada lanzamiento.

Date permiso para sentir el dolor, la perdida, el miedo, la tristeza, la frustración, los pensamientos negativos, y elige soltarlos fuera de ti. Afronta esas situaciones difíciles, que sin duda te van a doler, pero pasaran (impermanencia).

Focaliza tu atención en lo positivo y empieza a construirte con un lenguaje que te valide como persona. Valora y disfruta lo bueno que hay en tu vida.

Todo lo que nos pasa en la vida, malo o bueno, son experiencias, prueba a vivirlas con conciencia plena. Desvincularse de los apegos es sano, te da equilibrio y fomenta tu crecimiento personal. Vive y siente cada momento, que la vida te está pasando ahora.

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El mundo está lleno de sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el apego a las cosas. La felicidad consiste precisamente en dejar caer el apego a todo cuanto nos rodea (Buda Gautama)”.

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Perdóname tú, que yo no puedo.

Perdóname tú, que yo no puedo.

Tras unos meses de ausencia, ya estoy de vuelta. Echaba de menos eso de escribir y despertar emociones, de ofrecer un pellizco de realidad para reflexionar sobre lo que de verdad importa. Y el tema elegido para este post es muy trascendental en la vida, pedir perdón y perdonar. Actuaciones sanadoras sin duda, pero muy espinosas también.

Y es que al ser humano le resulta difícil eso de pedir perdón y perdonar, y más aún el perdonarse a sí mism@. Cuando consideramos que hemos hecho algo  mal o a alguien, solemos buscar el perdón del otr@  para intentar liberarnos de una carga que nos pesa y nos machaca el alma; la culpa. Y de ahí, el Perdóname tú, que yo no puedo.

La razón por la que es tan complicado pedir perdón, perdonarte y perdonar, es simple, son actos que no podemos desarrollar de forma inmediata porque necesitamos tiempo para procesarlos adecuadamente. Son acciones que conllevan muchos beneficios para nuestra salud, con efectos terapéuticos muy positivos que nos permiten avanzar, pero conviene matizar, que no siempre estamos preparados para realizarlos.

Está claro que son valores humanos, gestos de generosidad, que requieren  un alto grado de consciencia sobre el propio comportamiento, y un ejercicio de introspección y autocrítica sobre el daño que hemos hecho o que sentimos que nos han hecho. Pero, ¿todo es perdonable? ¿Por qué nos da miedo pedir perdón? ¿Por qué me sigo sintiendo culpable si me han perdonado? Y os suena eso de, “perdonar si, pero olvidar nunca”. Entonces, ¿eso es perdonar de verdad?

Muchas preguntas, para las que no hay respuestas universales. No nos olvidemos que pedir perdón, perdonar y perdonarse a un@  mism@, son también decisiones personales, que se basan en el sistema de valores y en la subjetividad de cada persona.  Por eso es importante remarcar que, pedir perdón, perdonarse, y perdonar no liga con la exigencia.

La cuestión de si todo es perdonable,  depende de tu criterio y de tu capacidad para perdonar. Porque, no es lo mismo perdonar una pequeña disputa con un@ amig@, un insulto, una  mentira, una infidelidad de tu pareja, roces con l@s compañer@s del trabajo, algún desacuerdo o distanciamiento familiar, el abandono de responsabilidades en el cuidado de padres enfermos…, la lista puede ser muy larga. Hay cosas que se perdonan más fácilmente, y otras, son hechos tan abominables y deplorables para los que hay que reclamar y reivindicar JUSTICIA, como: actos violentos, acoso sexual, violación, humillaciones, maltrato…,  y dime ¿puede alguien perdonar al asesin@ de su hij@? Serio dilema ¿verdad? Ser capaz de perdonar este tipo de atrocidades, denota una superioridad de desarrollo personal. Digno de admirar, una lección de humanidad, y muy difícil realizar.

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Sin embargo, la mayoría de los conflictos a los que hacemos frente en la vida cotidiana, distan mucho de un perfil delictivo o criminal. Nuestros enfrentamientos tienen que ver más con las interpretaciones que hacemos del comportamiento del otr@, bajo la supervisión de nuestro particular sistema de creencias, de lo que para nosotr@s está bien o mal. Tendemos a calificar la forma de proceder de las personas, en modo de aprobación, admiración, crítica, decepción, desprecio o traición.  Y precisamente, gestionar eficazmente nuestras desavenencias con los demás, es un reto que aporta felicidad.  

Nos cuesta ver los problemas que tenemos con nuestros semejantes, desde otra perspectiva que no sea la propia (llámalo que a veces tenemos falta de empatía). Solemos quejarnos, criticar, excusar, o lamentar lo que nos han hecho, o lo que hemos hecho. Cuando la realidad es que nos hieren, también herimos, y TOD@S COMETEMOS ERRORES. Y cuando nos equivocamos, podemos aprender de ello, o encadenarnos al lamento. Aprender te da la oportunidad de crecer y madurar. Lamentarte impide que progreses, haciendo que te estanques en tu error.

Pedir perdón, perdonarse y perdonar, nos libera, pero precisamos TIEMPO para poder hacerlo, para procesar tanto el daño que nos han hecho, como el que nosotros hayamos hecho. Por lo tanto, pedir perdón, perdonarse, y perdonar no liga con rapidez.

Ser capaz de pedir perdón demuestra valentía, porque suele dar miedo. Nos da miedo que no nos perdonen, que nos rechacen, y que te llenes de frustración y de un sentimiento de culpa demoledor. Así que, si vas a pedir perdón, hazlo de forma consciente, con honor y sinceridad, y no utilices el “perdóname” como un mero comodín. Verbalizar un “lo siento, me he equivocado, perdóname”, debe ir acompañado de un arrepentimiento real y de un intento por remediar el daño ocasionado. Es decir, que no se quede en una expresión bonita, llena de palabras que se lleva el viento, para cometer de nuevo el mismo error sin reparar la herida. Porque decir “lo siento” es fácil, pero demostrar que “lo sientes” es complejo y delicado.

Además, antes de pedir perdón, perdónate tú primero.  ¿Eso cómo se hace? Pues te toca hacer una autocrítica constructiva. Tendrás que, reconocer tu error y asumir tu responsabilidad, valorando tu intención. ¿Querías acaso hacer daño? Seguro que NO, ¿verdad? Te vendrá bien escribir una carta para aclarar tus sentimientos y poner orden en tu mente. Sentirte culpable no conmuta ni arregla lo que hiciste. Por eso, aprende de ello, y pide perdón. La mejor forma, es elegir un momento y lugar adecuado, hacerlo cara a cara y mirando a los ojos. Eso de pedir perdón por teléfono o con un Whatsapp, no funciona, es impersonal. Admite que te has equivocado, valora cómo ha afectado a la otra persona tu error, corrige o mitiga el daño (en la medida que puedas), y sobre todo, adquiere el compromiso de no volver a repetirlo.

Y si en todo caso tenías una clara intención de hacer daño a alguien, y luego te has arrepentido, perdonarte antes es aún más necesario y complicado, porque tu culpa estará justificada y precisaras evaluar las emociones implicadas en tu intencionalidad (venganza, rencor, frustración, resentimiento, odio, etc.), y canalizarlas debidamente. Este tipo de sentimientos tendemos a rechazarlos y bloquearlos porque nos provocan mucho malestar, pero absolutamente todas las emociones que sentimos tienen su función, incluso las más desagradables. Aprender a encauzar dichas emociones, darnos permiso para sentir (lo que sea), descargar el dolor y sacarlo fuera de ti, es primordial tanto para que te auto-perdones como para que  puedas perdonar a los demás.

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La sombra del perdón puede perseguirnos hasta límites de angustia y de puro tormento mental. Torturarse psicológicamente y castigarse por las equivocaciones, consume, paraliza y hace que te encierres en ti mism@ amargándote la vida. Hay una opción más válida y saludable, soltar y dejar ir esa culpa tan inútil, improcedente e inmerecida, y ponerte en acción pidiendo perdón para enmendar o subsanar el daño. Piensa en qué puedes hacer para que esa persona se sienta mejor, y házlo.

Nuestra capacidad para perdonar tiene que ver con la valoración que hacemos sobre el acto en sí, y sobre la persona que nos ha herido. Sopesamos el dolor que nos ha generado, con lo bueno que recordamos, y en esa balanza, nos toca decidir qué hacer. Confundimos perdonar con librar a la otra persona de su responsabilidad. Perdonar no significa que cedas, ni que dejes que te hagan daño de forma gratuita. No se trata de quese vaya de rositas, como si no hubiera hecho nada”, ni te obliga a confiar de nuevo en esa persona, ni de retomar su contacto o relación. Perdonar no liga con “todo sigue igual que antes”, porque implica un cambio, un aprender de la experiencia vivida, y liberarte del dolor para seguir tu vida. Perdonar tiene que ver con aquello que tú quieres lograr, llámalo paz interior o bienestar personal, dejando atrás el castigo y la venganza. Consiste en priorizar lo que es justo para ti, y que dirijas tu atención en la felicidad que te mereces.

Cuando no perdonas, te aferras al dolor, te anclas al pasado, te haces esclavo de lo que te lastima, te atas al resentimiento, te enlazas a un círculo de pensamientos negativos y destructivos…, y todo ello se traduce en SUFRIMIENTO. Efectivamente, perdonar es saludable. Pero hazlo cuando sientas y quieras hacerlo, no lo fuerces. Date tiempo, y mantén la distancia que más te convenga. Valora la importancia en tu vida de esa persona que te hirió, su intención, su actitud, y cuando hayas sacado fuera de ti el dolor que te causó, perdonarás. Cuando hayas renunciado a vengarte, a reclamar castigo, a querer cobrarte la deuda, además de haber perdonado, habrás olvidado, porque habrás cerrado la puerta al recuerdo del dolor.

Perdonar sin olvidar no tiene mucho sentido. Si no has olvidado, no lo has perdonado. Muchas veces nos engañamos, y nos decimos, “lo he perdonado, me resulta indiferente, pero no olvidaré lo que me hizo”. Esa frase está cargada de rencor y revela que el dolor no lo has soltado. Cuando algo de verdad te resulta indiferente, es porque es neutro para ti, no te genera emociones negativas ni positivas. Por lo tanto, esa marcada indiferencia que aparentas manifestar, señala que aún te estás defendiendo y justificando del recuerdo de lo que te hizo.

El camino de pedir perdón, perdonarse, y perdonar, te brinda la oportunidad de desprenderte del dolor, de restablecer tu vida con nuevas ilusiones y sin cargas,  de centrarte en lo que funciona y es positivo, y sobre todo en APRENDER. Y para recorrer este camino el TIEMPO es nuestro gran aliado y nuestro mejor amigo.

Alexander Pope decía “Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios”. Cuando pides perdón de corazón, reconfortas al otr@ y te dignificas a ti mism@. Si te perdonas a ti mismo demuestras que te aceptas y te quieres.  Y si eres perdonado, aprende la lección y agradece. 

Pedir perdón, perdonarse y perdonar, en definitiva, son actos de amor propio. 

[lsvr_testimonial portrait=»1271″]“El arte más poderoso de la vida, es hacer del dolor un talismán que cura. ¡Una mariposa renace florecida en fiesta de colores!” (Frida Kahlo).[/lsvr_testimonial]

Retales de una novia

Retales de una novia

 «Cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con una persona, quieres que el resto de tu vida empiece lo antes posible» – Cuando Harry encontró a Sally (película).

 “¿Qué te casas? ¿Te lo has pensado bien? ¿Qué vamos de bodorrio? ¿Tienes idea dónde te metes?… Tú estás loca, eso es mucho lío…”. Si, el post de va de novias, bodas, y todo eso, que a much@s agobia, que a otr@s les chirría, y que a algun@s emociona. Un pequeño manual práctico, para saber qué hacer cuando empiezas a agobiarte, estás nervios@ o hay alguna crisis. Vas a leer mucho sobre el mundo wedding, pero lo importante es que la tuya, la vivas exclusivamente a tu manera.

Una boda estresa, no por el hecho de casarte, sino por la multitud de decisiones que tienes que llevar a cabo. Quien te diga que, durante los preparativos no tuvo ningún problema o no discutió con su pareja, miente. Lo normal, es que surjan problemas y que las discusiones hagan acto de presencia. Sois dos personas, con gustos y puntos de vista diferentes. Ciertamente, se pone a prueba vuestra capacidad para resolver discrepancias.

Toca decidir: boda civil o religiosa, elegir fecha (no la que quieres, sino la que te dan o queda libre), buscar sitio de celebración, fotógrafo, vestido, complementos, menú, luna de miel, regalos, decoración, y un largo etc. Te planteas hasta un@ wedding planner para un evento que se escapa de las manos, y que haga así, un trabajo perfecto en el que te involucres lo justo. Pero empecemos por el principio ¿Te casas? Porque para que haya boda, primero debe existir una proposición de matrimonio, ya sea que te piden, pides o que de mutuo acuerdo queréis casaros.

Dicen que las mujeres desde niñas soñamos con vestirnos de princesas, con que nos espere un príncipe en el altar para vivir un “fueron felices y comieron perdices para siempre”. Pero la vida real no son los cuentos de hadas que nos cuentan de pequeñ@s. No necesitamos príncipes que nos salven, ni a los que hacer reverencias. Las mujeres podemos defendernos y cuidarnos solas, luchar por lo que queremos y merecemos, sin esperar a un príncipe para hacernos felices, mejor ser felices por lo que ya somos.

El amor existe, si crees en él. A veces es para siempre, y otras se acaba. Lo ideal es que sea recíproco, aquello que das también lo recibes. Pero ojo con esos amores asimétricos y unidireccionales, porque nada nos hace tanto daño como amar y no ser correspondid@. Aceptar que te dejan de querer es difícil, pero así es la vida del amor, dolorosa cuando termina y gloriosa cuando comienza. Cuídalo con hábitos saludables (comunicación, respeto, confianza, aceptación, apoyo, tiempo, etc.), es la única receta que funciona. Aparte hay un ingrediente que se nos olvida cultivar y es imprescindible, el amor propio. Quiérete, para querer bien, y te quieran. Si, ten un flechazo contigo mism@.

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Firmar un papel, no aumenta el grado de compromiso con tu pareja. Ese compromiso viene de más adentro. Por eso, primero piensa si esa persona es o no tu compañer@ de viaje. Que no sea un: “es lo que toca”, “así l@ tengo pillad@”, “cuando nos casemos, cambiará”, o un “me caso porque me conformo contigo, porque si es así, no hay mucho futuro en esa unión, ni felicidad a la vista.

Para recordar con ilusión tu boda, analiza el sentido de la misma. Sí hay amor para celebrarla, sí estás completamente segur@ de lo que haces, y sí deseas construir un proyecto de vida con esa persona, entonces sigue adelante. Pero si te asaltan las dudas, el miedo te desborda, los problemas se imponen como grandes impedimentos, y sientes que te equivocas, ponle freno. Más vale anular antes que lamentar.

No significa que, a la primera discusión canceléis la boda. Me refiero a que te cases siendo consciente de que realmente lo vuestro no funciona, y te digas “yo no sé para qué me casé, si no nos aguantábamos”. Aunque puedes casarte sin problemas de pareja, y éstos aparezcan después. Esas cosas pasan, el amor es así de impredecible. Hacer este análisis de sentimientos, puede que no te guste, pero es muy clarificador.

Vuestro enlace supone mucha alegría para la familia y amistades. Pero que no te extrañe, si percibes cierta “envidia” en algunas personas cuando dices que te casas. Pasa más de lo que piensas, y descubrirás quien comparte y a quien molesta tu felicidad. Si observas esto, concéntrate en l@s que te aportan energía y positividad, y distánciate de aquell@s que te ponen mala cara. El día de tu boda es para disfrutar con l@s que te acompañan, valorar a los que no puedan asistir, pero lo deseaban, y agradecer a l@s que no hagan el más mínimo esfuerzo por ir con excusas y supuestos inverosímiles, porque te han hecho un gran favor.

A partir de aquí, ¿qué boda queréis? Consulta los wedding-blogs, acude a ferias, investiga las últimas tendencias, pero cuidado con la saturación de información y las modas, con superar lo que hicieron otr@s, esa presión resulta inútil. Hay una inmensidad de posibilidades, que si temática vintage, ibicenca, romántica, bohemia, etc., pero recuerda que es un día para disfrutar. Aquí te dejo algunas sugerencias, recomendaciones, y confesiones, de una novia (yo misma) que pueden liberarte un poco del estrés que conllevan los preparativos, y algo te ayudarán:

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  • Una vez que tengas fecha y lugar, podrás respirar y relajarte. Pero no te duermas en los laureles, que tienes que definir el estilismo de tu boda y comenzar la aventura.

  • Llega a acuerdos con tu pareja y repartiros las tareas. Una agenda es fundamental para empezar a planificar, y con las ideas claras es mejor organizar.

  • Entrénate en técnicas de resolución de problemas, evitarás dolores de cabeza analizando ventajas e inconvenientes. Y cuando decidas, no mires atrás.

  • Ponte en manos de grandes profesionales tanto para el catering, fotografía, vídeo, como para peluquería y maquillaje. Confía y delega en ell@s, sabrán gestionar el timing de forma correcta. La conexión y complicidad con ell@s te tranquilizará, y harán que estés cómoda.

  • En las posibles discusiones con tu pareja o familiares, una cucharada de paciencia y otra de respeto. No te empeñes en llevar la razón, ni en cosas innecesarias.

  • Aprecia a quién te ofrece su ayuda, quién se preocupa y te llama para ver cómo estas o si necesitas algo. Toda novia necesita a sus aliad@s.

  • Intentarás programar y controlar todo, pero a veces la improvisación y lo no planeado dará buen resultado. Te confieso que nosotros no teníamos viaje de novios reservado cuando nos casamos. De hecho, lo miramos dos días después de la boda, y lo organizamos por nuestra cuenta, un maravilloso viaje a New York City, las cataratas del Niagara, y Washington DC., que salió redondo.

  • Que tu cuadrilla familiar te acompañe en la elección del vestido puede ser divertido, y un poco agobiante también. L@s adoras, pero a veces una novia necesita momentos de soledad para decidir sin influencias. Así que vete un día sol@ a ver que encuentras.

  • Seguro que tu vestido de novia no tiene nada que ver con lo que tenías pensado. Hazle caso a la chica que te asesora, pruébate todos los vestidos que quieras (yo llegué a 40), y “te juro que el palabra de honor queda bien”.

  • Con respecto a las tradiciones, elegid aquellas que se adapten vuestro estilo y personalidad. En nuestro caso, el anillo de compromiso sólo estaba en mi mano, mi vestido tenía detalles azules, quise velo, llevé algo nuevo, algo azul, algo viejo, y algo prestado, descarté las perlas, las arras eran monedas de nuestros viajes (sin haber iglesia de por medio), escribimos nuestros votos matrimoniales, no tiré el ramo de novia, pero sí repartí ligas a las solteras, los alfileres para las mujeres eran de mariposa con una leyenda diferente, nos lanzaron arroz, pompas de jabón y pétalos, llevé damas de honor, y ninguno vimos el traje del otro.

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  • El nivel de implicación y de personalizar la boda, es cosa vuestra. Podéis ser originales, o clásicos, acorde con vuestras preferencias. Nosotros quisimos dejar nuestra marca, y fuimos poco convencionales, por ello, las invitaciones eran un comic de nuestra historia, los regalos eran iguales para tod@s (bombones, imanes con nuestra foto, y una tarjeta con un mensaje personal para cada invitad@). La ceremonia estuvo a cargo de una gran amiga, y familiares y amig@s nos hicieron lecturas entrañables, por lo que fue muy emotiva. La música elegida, también tenía un significado especial. La barra libre la terminamos con un cielo iluminado de farolillos voladores cargados de deseos, que con la luna llena formaban una estampa mágica.

  • Aunque depende de vuestro presupuesto, intenta ser práctic@ con la lista de invitados, invitando a quien quieras ver ese día allí, y olvida los “compromisos”. Te ahorrarás mucho tiempo con el seeting plan. Por mucho que pidas confirmación de asistencia antes de la boda, tendrás que llamar tú a la gente, y el número final de invitados te bailará hasta mismo día de la boda, porque los imprevistos (que ocurren) harán que más de un@ te falle.

  • Para una boda de ensueño, inspírate en aquello que te apasiona, y sé fiel a tu instinto. La nuestra se celebraba frente al mar, y la decoración fue marinera. Mi prima hizo un trabajo exquisito con las flores, y una obra de arte con el ramo de novia. Mis zapatos eran azules, a pesar de escandalizar a much@s, el tocado fue hecho a mano a juego con el vestido, y los pétalos que pisé fueron de color violeta.

  • Respeta los gustos de tu pareja. No tenéis que coincidir en todo, pero sí hacer un esfuerzo por comprenderos. Nuestras alianzas eran diferentes, el novio entró con música de Lenny kravitz, y yo con la canción de «thousand years» de Christina Perry, el novio se compró el traje por internet y llevó calcetines de rayas y colorines, en la comida él bebía Rioja, y yo Ribera…. Para gustos, ya se dice, colores. Las diferencias no implican incompatibilidad.

  • Cuando se acerque el día, te preocuparás y te pondrás nervios@, incluso puede bajarte la regla sin esperarla, y no pasará nada. Soñarás con catástrofes, y tendrás alguna pesadilla, pero te aseguro que no se te caerá el pelo, entrarás en el vestido, no lo mancharás, y si te sale alguna espinilla, el maquillaje hace milagros. Ni te imaginas lo creativ@s que podemos llegar a ser buscando soluciones en momentos así. Además ¿qué sería de las bodas sin las anécdotas?

  • La noche anterior, estarás despierta a altas horas de la madrugada, con los nervios brotando de la piel y el deseo que todo salga según lo planeado. Puede que no duermas lo suficiente, y aun así estarás preciosa. Ya descansarás.

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  • Te lo dirán mil veces, y reconozco que es la gran verdad verdadera, ese día pasa muy rápido. Así que intenta disfrutar cada instante, desde que te están peinando, cuando te abrochen el vestido, el abrazo de tu madre, la sonrisa de tu herman@, las miradas con tus amigas, tu entrada a la ceremonia, la impresión al ver a tu casi marido, la comida, el baile, hasta el fin de fiesta. Vive cada momento y grábalo en tu recuerdo. Y no tengas miedo de saltarte el protocolo, lo tenéis permitido.

  • Se te escaparán lágrimas, comerás poco, os sorprenderán, bailarás, y te sacarás arroz hasta de las pestañas. ¿Estás list@ para dar el sí?

Y estos son los retales de una novia, que quería compartir el día de su boda, como la experiencia inolvidable que fue.  Me quedo corta al intentar describir lo que sentí, estábamos radiantes de felicidad. Fue perfecta con todas sus imperfecciones, intensa, auténtica y llena de momentos irrepetibles. Nuestra esencia se reflejó en cada detalle. Y es que cuando las cosas se hacen con amor, todo sale bien sin ser perfecto.

 Así que haz tu boda tuya, vuestra, de nadie más, y ese día volarás, más arriba de las nubes.

¡QUE VIVAN LOS NOVIOS! Y que el amor os impregne el aire.

Ponle ganas y cambia

Ponle ganas y cambia

En la última comida con una amiga, ella me preguntaba “¿cómo puedo cambiar? Me siento tan estancada, que no sé por dónde empezar.”

Y es que cambiar y salir de la zona de confort, sigue siendo difícil de afrontar. Pero salir de ese muro protector que te impide vivir la vida que realmente quieres,  es posible, solo tienes que ponerle ganas a cambiar.

He escuchado tantas veces, “me siento estancad@”,  que me parece una enfermedad común, a la que todos en algún momento estaremos expuestos. Y en efecto todos sabemos lo que no nos conviene,  pero saberlo no es suficiente, porque seguimos haciendo lo mismo. “Sentirse estancado” es como tener el “agua estancada”.

Cuando nos sentimos estancados, no avanzamos, nada parece tener sentido, estamos mal y nos quejamos constantemente de la situación que vivimos. Es como cuando el agua está estancada, creamos un ambiente dentro de nosotros mismos tan propicio a las bacterias y hongos (quejas e insatisfacción), que perjudicamos nuestra salud, e incluso somos caldo de cultivo para los mosquitos (personas tóxicas) que revolotean a nuestro alrededor para chuparnos la energía, y aprovecharse de toda esa agua estancada para perjudicarnos.

            Somos casi un 70% agua, y la dejamos que se estanque. ¿Y qué es lo que hace que no fluyamos?  Bruce Lee decía, “be water my friend”.  Pero vaciar nuestra mente, liberarnos de toda forma, como el agua, nos cuesta mucho. El agua cambia, puede ser hielo, vapor, correr por el río, ser mar, retenerse en un estanque  para regar campos o criar peces, o envasarse en una botella para calmar nuestra sed. El agua se adapta a las circunstancias que se le presentan, pero nosotros nos resistimos al cambio, y preferimos quedarnos con lo malo conocido, en lugar de arriesgar, y continuar nuestro camino de forma diferente.

Nos estancamos por múltiples causas, algunas ocasiones porque somos muy perfeccionistas y nuestras expectativas son demasiado altas, otras porque tenemos miedo a fracasar en esa nueva posibilidad de cambio, ya sea una oportunidad laboral, emprender un negocio, romper definitivamente con la pareja, o sencillamente aprender a ser feliz y tomar decisiones que optimicen nuestro bienestar. Nos estancamos porque la vida también nos pasa por encima, y nos cansamos de luchar, perdemos el ritmo, dejamos de ser flexibles, nos olvidamos de planificar, de reformular nuestras metas, nos encadenamos a la apatía, y la pasión nos abandona.

Y es verdad que a veces surgen contratiempos, nunca es el momento adecuado para cambiar aquello que no te gusta, y nunca lo será, porque siempre existirán imprevistos como la vida misma. Nada sucede exactamente como lo tenemos planeado, y cambiar es una elección que supone desprenderse de algo que conoces por otra forma de hacer las cosas.

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El miedo al cambio, cala en los huesos, y hace que te paralices. ¿Qué hacemos cuando vamos a estrenar unos zapatos y tenemos miedo al dolor de pies y rozaduras? Uno, los estrenas igualmente porque confías que si te hacen daño sabrás cómo reaccionar (te los quitas, te pones una tirita, o te los cambias cuando ya no puedes más, pero los disfrutas). Dos, los vas preparando para el estreno, y te los vas poniendo por casa, les echas crema, porque te adelantas a posibles consecuencias. O tres, los guardas en ese estupendo zapatero porque definitivamente te harán daño, y quedan preciosos en el zapatero, así siempre estarán nuevos, y utilizarás los mismos gastados de siempre. Ahora estás delante del zapatero, los zapatos nuevos son tu cambio,  decídete: estrenas, preparas estreno, o los guardas sin estrenar.

Iniciar un proceso de cambio es difícil si, pero se puede si te centras en lo que quieres conseguir. Que tus “si quiero” superen por goleada a los “no puedo”. Dar ese giro al cambio, y ponerte en movimiento es posible si te decides a implicarte y comprometerte contigo mism@. Esa responsabilidad pertenece a cada un@ y no existe magia alguna que hagan que cambies de la noche a la mañana. Y por si esperas recibir una señal divina que te de la fuerza necesaria para cambiar, déjame decirte, que esa señal la tienes dentro de ti, haciendo eco en tus pensamientos. Tú tienes la capacidad para  transformar tu infelicidad y estancamiento por, remolinos y mareas que muevan tu agua estancada para que fluya y  cobres vida. Cambiar requiere tu esfuerzo, tu voluntad, y un motivo. Presta atención a tus necesidades, valora lo que ganarás, ponle ganas, y cambia.  

[lsvr_testimonial portrait=»1113″ source=» Wayne Dyer»]

“Cambia tu forma de ver las cosas, y las cosas cambiarán de forma” [/lsvr_testimonial]

Este artículo fue publicado originalmente en La nueva ruta del empleo (octubre 2015).

¿A quién se le pasa el arroz?

¿A quién se le pasa el arroz?

Cara a cara con el tiempo, hoy me remonto a unos meses atrás visitando mi pueblo, cuando tuve  un encuentro casual con una antigua compañera de instituto. La experiencia vivida me llamó la atención por la intensidad del momento, y el revuelo de emociones percibidas en mí y  en aquella amiga después de casi dos décadas.

Nos vimos por última vez en una fiesta del instituto cuando terminamos la selectividad, y cuánto había llovido desde entonces. Casualidades del destino, nos encontrábamos frente a frente dos mujeres que se conocieron siendo adolescentes y que sin embargo eran completas desconocidas en ese preciso instante. Reconocernos en ese cara a cara después de tantos años fue algo anecdótico y casi cómico. Un reencuentro fortuito, que tras los efusivos saludos, besos y abrazos mutuos,  ella comenzó a interrogarme de forma casi aterradora. 

«¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida? ¿Dónde vives? ¿De qué trabajas al final? ¿Te has casado? ¿y no tienes hijos? ¿Y novio? Con lo que a ti te gustaban los críos, y a tu edad ya es complicado, ya sabes que ¡se te va a pasar el arroz chiquilla! Ya es hora de que te busques a alguien para que no estés sola … «

¿Cómo responder a todo? Preguntaba a velocidad de vértigo, sin dar tiempo a procesar la información, era como si realmente no importara o no le interesara lo que yo le iba a contar. Aún me cuesta comprender cómo no apreció mi cara de agobio y desconcierto a tanta pregunta. Pero creo que, su batería de preguntas respondía a su necesidad de comprobar  y corroborar que mi vida fuera tremendamente infeliz…  

Estaba tan ensimismada en su retahíla de preguntas, que me limité a sonreír y quedarme en silencio, hasta que dejó de hablar, y entonces aproveché.

«Mi respuesta a todo lo que me preguntas ahora que has parado a respirar, es que estoy muy feliz,  contenta de vivir muchas experiencias. El arroz no se me ha pasado, al contrario, estoy en el punto perfecto de cocción, y siempre estoy a tiempo de echar más agua, de apagar el fuego, o no comerlo, porque el arroz no se pasa, pero la vida sí que te pasa. Nunca se es demasiado viej@ para hacer nada en la vida. Cuéntame, ¿Qué ha sido de la tuya? ¿Eres feliz? ¿Haces lo que soñabas?»

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Sus gestos se torcieron tras escuchar mis últimas palabras. Su cara reflejó una profunda disculpa por su torpeza y metedura de pata, pero sobre todo, percibí en su mirada la tristeza que la atrapaba. Y en ese momento, casi rompió a llorar en mitad de la calle, pidiéndome que fuéramos a tomar un café.

Os pongo en antecedentes, ambas tenemos 36 años. En aquellos tiempos de instituto, teníamos por un lado:

  • A una chica considerada la «empollona» de la clase, responsable y organizada, la que siempre hacía lo «correcto». La calificaban con ser un poco borde y aburrida porque no acudía  a fiestas, y mucho menos tenía citas con chicos, puesto que prefería quedarse horas leyendo.

Por otro lado:

  • A una joven encantadora, la «popular» de la clase, sociable, rebelde e impredecible, muy dulce, con un talento especial para transmitir emociones a través de sus dibujos.

Veinte años después, la «empollona» de la clase sigue soltera, vive independiente, con la maleta siempre a cuestas viajando, luchando  y cumpliendo sus sueños. La «popular» de la clase, finalmente dejó sus estudios de bellas artes, para casarse con su novio de toda la vida, es madre de tres hijos, vive en el mismo pueblo trabajando como cajera en un supermercado, y confiesa sentir pena de ella misma por haber  abandonado su gran sueño.  Triste, ¿verdad?. Me refiero claro está a que es triste que abandonara  su sueño.

Pero esto no quiere decir que, para ser feliz tengas que tener una carrera universitaria, ser soltera, y renunciar a ser madre. No confundamos, no todas las personas valemos para lo mismo, ni queremos las mismas cosas. Se trata de ser feliz hagas lo que hagas, y perseguir tus sueños. 

Y es que no es la primera vez que escucho «se te va a pasar el arroz»… Por eso, me tomo mi tiempo para responder, con paciencia, con calma, respirando y con una sonrisa, me quedo callada hasta que sus palabras se ahogan en el silencio. ¿Qué se me a pasar el arroz? ¿Pasar para qué? ¿Tener hij@s? ¿Casarme? … ¿En serio aún tenemos estos clichés sociales de lo que una mujer a una determinada edad tiene que ser, hacer o tener? Porque esto hace años estaba socialmente establecido, pero en la actualidad está fuera de lugar.  El arroz nunca se le pasa a una mujer, vive cuánto quieras la vida, y no esperes para hacer  aquello que sueñas.

Además de ser un comentario desagradable con el que  sometes a la mujer a una presión altísima, es una forma de machismo encubierto. Porque seguro que nunca le has dicho a un hombre «oye, se te va a pasar el arroz». A ellos no se les dice tanto, sin embargo para nosotras es la frase estrella si tienes X años, estás soltera y no tienes hij@s.

Puedes ser feliz sola o con pareja, siendo madre o no, trabajando como abogada o como dependienta, tú sabes lo que te hace feliz y lo que no. Que manía tenemos con criticar, juzgar o rechazar a las personas que viven de forma diferente. El reloj biológico existe, pero no todas las mujeres tienen por qué sentirlo o querer hacerle caso. Puedes ser madre soltera, formar una familia, adoptar, acoger, hay miles de opciones. Tener pareja está muy bien, siempre y cuando funcionéis como tal, porque sino es mejor estar sol@. Un poco de respeto a las decisiones de los demás y que no nos incumben, sería todo un detalle por nuestra parte. 

 

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Nos olvidamos que tenemos una vida para vivir, y vivir implica amar, crecer, caer y levantarse, equivocarse y aprender, luchar por lo que quieres, y sufrir también. Cuando eres capaz de amarte a ti mism@, descubres la felicidad que hay dentro de ti, tienes equilibrio y coherencia entre lo que piensas, sientes y haces. No dependes de nada ni nadie, y eso da felicidad y tranquilidad. Amarte para amar a otr@s es fundamental, te da fuerza e independencia, te ayuda a ser feliz. Pero el tema del amor y el miedo a la soledad, da para otro artículo.

Así que,  mejor no comentar a ninguna mujer  la metáfora de «se te va a pasar el arroz», porque el tiempo no nos deja inserviblesYa sabéis, que ahora tenemos un arroz  que no se pasa, uno que conserva su punto más apetecible tanto como lo cocines, así hay que plantearlo en estos tiempos. Por lo tanto, también debemos pensar que mejoramos como el buen vino, ese que se saborea. Por ello, más vivir la vida que nos está pasando, disfrutar en plenitud el ser mujer, ir a por nuestras metas, con libertad para elegir lo que nos hace felices. No te conformes, ni asumas que lo tienes todo perdido.

De aquel reencuentro y entrañable café entre dos mujeres hablando de la vida que habíamos vivido en esos casi veinte años, me quedo con una frase que se me grabó a fuego «me conformé con la vida que otros quisieron para mi, y me rendí y no aposté por mi sueño de ser pintora». 

Repito, ¿A quién se le pasa el arroz? Como mujer NO SE TE PASA NADA, sólo vive la vida que está pasando.

Recuerda nunca es tarde para nada

 

[lsvr_testimonial source=»Paulo Coelho» portrait=»1063″]

«Es justamente la posibilidad de realizar un sueño, lo que hace la vida interesante».

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L@s Amig@s yoyó

L@s Amig@s yoyó

«Hay una teoría infalible sobre la amistad: siempre hay que saber qué se puede esperar de cada amigo»

Carmen Posadas

¿Quién pasa por la vida sin amig@s? ¿Qué triste sería verdad?

Aunque l@s cuentes con los dedos de una mano, algun@ tienes. Y es que las relaciones de amistad, son muy importantes para vivir feliz. Hay de todo tipo, íntimas, duraderas, superficiales o cortas en el tiempo. Están las del instituto, las de la universidad, las de salir de marcha, las de toda la vida, las de nos vemos una vez al año, pero todo sigue igual, las intensas por un tiempo y luego nunca más se supo, las de “por el interés te quiero Andrés”, las del trabajo, etc.

Definiciones de amistad, hay muchas, para la RAE es el “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Para mí, es un tipo de amor en el que caben multitud de sentimientos, que son recíprocos. Seguro que te suena eso de “amig@s para siempre”, y recuerdas es@ amig@ especial con el que compartes casi todo y que te conoce casi tanto como tú (o incluso un poco más).

L@s amig@s están sobre todo para compartir momentos, vivir aventuras, confiar secretos y problemas, salir a pasarlo bien, tomar cafés interminables que se convierten en “ya que estamos, cenamos, y nos tomamos algo”, animar cuando están tristes charlando horas y horas. Son en l@s que siempre encuentras abrigo, l@s que hasta cuando os enfadáis, os comprendéis,  l@s que te dicen la verdad a pesar de que quieras ignorarla, y son l@s mejores abogad@s si alguien te ataca. Si, con l@s amig@s se viven momentos llenos de complicidad, irrepetibles, inolvidables y entrañables.

También existen numerosos estudios que nos demuestran que las relaciones de amistad son beneficiosas para la salud. La Universidad de Oregon postulaba, que las personas que tienen lazos estrechos con otras, corren menos riesgo de morir de enfermedades graves, tienen un sistema inmunitario fortalecido y resistente, gozan de mejor salud mental, y son más longevas. La Universidad de Loyola, en Chicago, señalaba que tener buenas relaciones personales además de mejorar la salud, combaten depresiones. En efecto, tener amig@s es saludable, ya que nuestro estrés disminuye cuando hablas con un@ amig@ de lo horrible que ha podido ser tu día, o de aquello que tanto te agobia y te preocupa. Una conversación con un@ buen@ amig@ es a veces la mejor terapia, siempre alivia tu malestar.

Y es que tener amig@s sienta bien, siempre y cuando sean eso, relaciones de amistad verdaderas, basadas en el cariño, lealtad y respeto. De es@s amig@s, que quieres y te quieren, te apoyan y apoyas, que te escuchan y escuchas, que te ayudan y ayudas, aquell@s con las que compartes afinidades, y conectas íntimamente.

Pero, ¿qué ocurre con esas amistades que no son tan sanas? Esas amistades que están más cerca de lo tóxico que de lo saludable.

A este tipo, yo las denomino l@s amig@s “yoyó”, sumamente peligrosas para el bienestar psicológico. Por eso te invito a que descubras, qué te hacen sentir tus amig@s.

Seguro que sabes lo que es un “yoyó”, probablemente habrás jugado con alguno cuando eras niñ@. Ese juguete de madera que te anudabas al dedo y lo hacías bailar de arriba-abajo y viceversa. Pues l@s amig@s “yoyó” son personas que giran solo sobre sí mismas, una y otra vez como si fueran las únicas estrellas del baile. Esta clase de amig@s (que en realidad no lo son), se creen el centro del universo, y van de víctimas o en plan protagonista.

Te doy más pistas, l@s amig@s “yoyó” a l@s que parece que el ego no les cabe en el pecho, son aquell@s que sólo te hablan de sus problemas y necesidades, que te utilizan cada vez que les conviene, que te critican, te manipulan, te juzgan, bromean a tu costa, te restriegan que hicieron algo por ti, y te hacen sentir culpable si consideran que les has fallado. Suelen quejarse hasta la saciedad, y la mayoría de sus sentimientos oscilan entre el rencor, la envidia, la crítica, y un resentimiento generalizado. Es como si tu felicidad les molestará, no soportan que consigues tus sueños, y sientes que no se alegran del todo ante cualquier buena noticia o éxito tuyo, porque siempre tienen un “pero” que va detrás.

A veces ni siquiera se dan cuenta de sus actos tóxicos, porque están tan ensimismados en si mism@s que no ven más allá de sus razones, puntos de vista, opiniones, y creencias. Son incapaces de comunicarse de forma eficaz y coherente, y ante discusiones vomitan todo su malestar contigo. Son maestr@s en recriminaciones y repito, en hacerte sentir culpable.

Para seguir confeccionando el perfil “yoyó”, te diré que son personas prepotentes, altaneras, impacientes, que muestran falta de autocontrol e impulsividad, con baja tolerancia a la frustración, inflexibilidad y rigidez mental. A menudo se definen como personas con mucho carácter y radicales en sus planteamientos. Si alguna vez te ayudan, no solo te lo recuerdan, sino que te lo echan en cara, porque les debes dedicación absoluta. Desconocen por completo la asertividad y la empatía en sus relaciones sociales. Nunca admiten que se han equivocado, puesto que, si te lastiman con sus palabras, es tu problema, ell@s solo dicen lo que piensan, y eres demasiado débil. Tienen reacciones desproporcionadas, y casi siempre están de gresca o mal humor. En definitiva, una naturaleza bastante conflictiva.

Este tipo de relaciones son tóxicas, nos generan estrés, tensión, y sobre todo, mucha decepción. Resulta complicado razonar con personas así, que intentan siempre quedar por encima. En realidad, este “creerse superior” demuestra todo lo contrario, y es un profundo sentimiento de vacío, baja autoestima, escasa seguridad y confianza en sí mism@s, por lo que cambian con asiduidad de amig@s, y parece que no encajan nunca.

Si piensas que hay alguien de tu mundo que te trata de esa manera, permíteme que insista, NO TE LO MERECES. No sigas siendo la cuerda del yoyo, porque te terminarás gastando y rompiendo. Lo mejor que puedes hacer es decir STOP con este tipo de relaciones tóxicas. Lo primero toma conciencia de las emociones que te generan tus amig@s. Si son positivas, estupendo, agradece que las tienes, disfrútalas y sigue cultivándolas. Ahora bien, si te provocan emociones negativas, parecidas a lo que has leído, eso no es amistad. Distánciate de ell@s, y evita su contacto, va a mejorar tu salud. Esto no significa que te aísles, sino que apuestes por relaciones de amistad saludables. Implica que cambies de amig@s, y establezcas alianzas de amistad sanas. Atrévete a conocer a gente nueva, amplia tu red de contactos, apúntate a tus actividades favoritas, conoce de verdad a las personas y rodéate de las que te transmitan paz, positividad y alegría.

Por otro lado, si te reconoces en este tipo de actitudes de amig@ “yoyó”, te animo a ser mejor persona, dejando de ser tóxica. Es decir, comunica lo que sientes y necesitas, pero también escucha lo que sienten y necesitan los demás. Puedes respetar otras ideas y mantener la propia, sin herir con tus palabras. Es bueno que conozcas lo que le gusta a tus amig@s, y también aquello que les irrita para no hacerlo. Si recuerdas haber mandado al garete buenas relaciones de amistad por orgullo y cabezonería, por insistir en tus convicciones, estas a un paso de aceptar que lo hiciste mal, a dos pasos de pedir perdón a esa persona, y a tres pasos de perdonarte a ti mism@. Dicen que rectificar es de sabios, así que buscar ayuda para canalizar tus frustraciones y aprender habilidades sociales, mejorará tus relaciones.

Es curioso cómo podemos evolucionar como personas si aceptamos nuestros errores y nos centramos en la solución. Analiza tus relaciones de amistad para que sean óptimas. Cari Rogers (psicólogo) decía que una verdadera amistad tenía cuatro características fundamentales: autenticidad (para expresarnos de forma clara y sincera), cordialidad (para sentirnos aceptados, respetados y considerados), empatía (porque comprenden nuestros sentimientos), y la disposición para compartir experiencias. Actúa en consecuencia con las personas que te importan. Las amistades no se hacen de la noche a la mañana, necesitan tiempo para madurar y consolidarse, y el intercambio de afecto, confianza, y respeto para fortalecerse. L@s amig@s nos enriquecen emocionalmente, potencian nuestra creatividad, te hacen prosperar, y a tener disposición para ayudar. Concéntrate en lo positivo de las personas, y aprecia a ese tesoro que tienes como amig@. Pregúntate ¿qué tienes en el corazón para dar? Pero no des esperando recibir exactamente lo mismo. Deja de jugar al “yoyó” para que todo vuelva a ti, si siembras amor, éste se multiplicará y no necesitarás tirar de la cuerda.